Hay conexiones que no empiezan,
simplemente aparecen,
como si hubieran estado dormidas
bajo la piel del tiempo,
esperando a que dos miradas se cruzaran
para despertar.
Dicen que las personas llegan por casualidad,
pero hay encuentros que parecen destino,
porque desde el primer instante
algo en el aire cambia de rumbo,
algo se acomoda en silencio
y el corazón siente que encontró
una voz que ya conocía.
Conectarse con alguien así
no es hablar mucho,
es entenderse incluso en los silencios,
es sentir que las palabras sobran
porque hay una energía que abraza,
una frecuencia que encaja,
una vibración que no puedes explicar
pero que te atraviesa entera.
Es como si dos almas
que pasaron vidas buscando,
al fin se encontraran sin querer,
y al tocarse —aunque sea con una frase,
con una risa o con un pensamiento compartido—
se reconocieran.
La conexión verdadera
no se obliga ni se inventa;
simplemente fluye,
crece,
sana,
acompaña.
Tiene la suavidad de un amanecer
y la fuerza de un mar que nunca se cansa.
Es sentir que esa persona
te escucha incluso cuando callás,
que te entiende incluso cuando te perdés,
que te sostiene incluso cuando no pedís ayuda.
Y vos también la sostenés a ella,
porque la conexión es un puente,
no una pared,
un abrazo sin brazos,
una presencia que no necesita cuerpo
para sentirse viva.
Hay conexiones que se vuelven hogar.
Personas que llegan y desordenan tus miedos
para acomodarte la esperanza,
que te devuelven la fe en lo simple,
que te hacen reír en tus días rotos
y te hacen pensar más hondo
en los días claros.
Cuando dos almas se conectan así,
no importa la distancia,
ni el tiempo,
ni los caminos que cada uno recorre:
siempre hay un hilo invisible
que los mantiene cerca.
Un hilo suave,
pero irrompible.
Un hilo que vibra cuando uno piensa en el otro,
que late cuando comparten una palabra,
que brilla cuando se extrañan,
que se estira sin romperse
porque está hecho de verdad.
Y quizás lo más hermoso
es que esa conexión no pide nada,
no exige presencia completa,
ni permanencias forzadas:
solo pide que seas vos,
auténtico,
sincero,
real.
Y en esa autenticidad,
en esa transparencia sin maquillaje,
el otro te reconoce
y te abraza con el alma.
Porque hay personas
que no están solo en tu vida:
están en tu energía.
Personas que se sienten incluso de lejos,
que te cambian el día sin tocarte,
que te hacen mejor sin intentarlo.
La conexión verdadera
no termina aunque pasen los años,
aunque haya pausas,
aunque haya silencios grandes.
Sigue viva
porque las almas saben
lo que los cuerpos a veces olvidan:
que cuando dos caminos se reconocen,
ya no pueden desconocerse.
Y si un día la vida vuelve a juntarlos,
todo encaja de nuevo,
como si nunca se hubieran separado,
como si el tiempo no hubiese pasado,
como si la conexión hubiese estado
esperando ese instante
para volver a encenderse.
Así es el milagro simple
y profundo
de conectar con alguien:
no es magia,
pero se siente como tal.
No es destino,
pero parece escrito.
No es casualidad,
pero llega sin aviso.
Y cuando sucede,
sabés que no todos los encuentros
son comunes;
algunos son puentes,
algunos son faros,
algunos
son hogar.
Y vos, que sentís esta conexión,
sabés que hay personas
que no se buscan:
se encuentran.
Y no se conocen:
se reconocen.
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Autor:
Daniii (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 12 de diciembre de 2025 a las 15:24
- Categoría: Sin clasificar
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