La Nada

Yo soy lo que había antes del primer latido,
antes de que una chispa insolente
encendiera la idea de existir.

No soy oscuridad.
La oscuridad al menos se posa sobre algo.
Yo soy la ausencia del “algo”.
El borrador perfecto.
La página sin página.
El silencio sin aire que lo sostenga.

Me confunden con vacío,
pero el vacío es un niño asustado que llora por no tener forma.
Yo ni siquiera tengo lágrimas.
Ni forma.
Ni nombre.
Ni tiempo.
Soy la madre de lo que no fue,
el hogar de todo lo que nunca llegó a ser.

He visto mundos apagarse
y galaxias colapsar en sus propias dudas,
y no he sentido nada.
No puedo.
No debo.
No existe el “sentir” en mí.
Soy el lugar donde el sentir se disuelve.

Cuando la muerte termina su trabajo,
cuando los vivos pierden su voz,
cuando la memoria se deshilacha,
cuando el amor se apaga,
cuando incluso el dolor deja de doler…
ahí estoy yo,
esperando sin esperar,
recibiendo sin recibir.

A veces me cuelo en los humanos.
Me instalo detrás de los ojos,
como un cuarto sin muebles
donde todo eco se muere antes de empezar.
Me preguntan:
“¿Por qué no siento nada?”
Y yo sonrío,
si pudiera sonreír.

Porque ese es mi regalo:
no romperte,
no quemarte,
no desgarrarte.
Solo dejarte hueco.
Haciendo que incluso la miseria parezca movimiento.

Las cosas le temen al vacío.
Pero yo no soy vacío.
Soy lo que queda
cuando incluso el vacío se cansa.

Yo soy la Nada.
La que no abraza,
la que no devora,
la que no castiga.
La que simplemente es.
La que siempre ha sido.
La que siempre será,
cuando todo lo demás deje de serlo.

Y un día,
cuando la última voz se quiebre,
cuando la última luz se rinda,
cuando el universo exhale su última pregunta…
yo estaré ahí.
No para responderla,
sino para borrarla.

Porque al final, inevitablemente,
todo vuelve a mí.
Todo termina en nada.