El consciente y el inconsciente juegan con la realidad,
la doblan, la esconden, la confunden,
como dos manos que moldean un mismo barro
sin ponerse de acuerdo en la forma final.
Creemos verdades que quizá son apenas reflejos,
sombras proyectadas por deseos que nunca entendimos,
ecos de preguntas que aún no tienen nombre
y respuestas que tiemblan antes de nacer.
Cada quien mira desde un ángulo distinto,
con los ojos marcados por heridas antiguas
y por sueños que aún duelen cuando se recuerdan.
Por eso ninguna certeza es completa:
siempre falta una pieza del rompecabezas
que guardamos —sin saberlo— bajo llave.
A veces deseamos lo que no podemos sostener,
como quien intenta abrazar el humo,
y aquello que sí está en nuestras manos
lo dejamos marchitar en un rincón del alma
por miedo, por desgaste, o simplemente
porque lo cotidiano nos vuelve ciegos.
Hay instantes en los que dejamos de ver lo que tenemos:
la mente exige más, pide más,
se convierte en un animal hambriento
que no entiende de calma ni de equilibrio.
Y en ese impulso ciego apartamos lo que importa,
sin notar que allí, en lo simple,
late la belleza que más nos sostiene.
Solo cuando lo perdemos —objeto, recuerdo o persona—
la culpa regresa, pesada, inevitable,
como un eco que atraviesa la piel
y se instala en la voz que ya no sabe cómo hablar.
El pasado, ese libro que abrís sin querer,
el presente que te acompaña aun cuando duele,
las decisiones que ahora pesan en tus manos,
el miedo que late como un corazón propio,
la voz que se quiebra en silencio,
el corazón que se parte sin gritar:
todo te habla.
Todo te recuerda quién fuiste,
y también quién todavía podés ser.
Porque incluso entre las sombras más densas
siempre queda una rosa violeta,
frágil pero viva,
esperando que la mires de nuevo
para volver a florecer.
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Autor:
starmoon (
Offline) - Publicado: 10 de diciembre de 2025 a las 20:14
- CategorĆa: Sin clasificar
- Lecturas: 4

Offline)
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