Donde Nace lo Pequeño

Adela Collado Alcolado



 

     I

Pienso rumbo y digo brisa,

miro al cielo y toco el suelo;

lo que noto se me escapa,

lo que guardo es lo que siento.

 

Camino como quien busca

los rincones del sendero:

una taza entre dos manos,

un lector con su silencio,

una niña en su zapato

inventando algún deseo.

 

Y yo, fiel a mis mandatos—

tan pequeños, tan eternos—

voy dejando mis sonrisas

como flores en el viento.

Que son breves y son muchas,

que parecen sólo gestos,

pero abren la piel dormida

de los días en invierno.

 

Entre la prisa del mundo

y mi latido viajero

hay un puente diminuto

que sostiene lo que anhelo:

que al mirarte tú me entiendas,

que al mirarte yo me encuentro,

y que todo lo que muere

sea paso de algo incierto.

 

Y si nadie oye mi música

porque bailo en mi silencio,

ya verás—si te aproximas—

la raíz de un viejo aliento

que despierta, silenciosa,

lo que el tiempo deja tierno.

 

II 

Entre la sombra y mi pulso

pasa un pájaro ligero,

pasa un gesto, pasa un nombre,

pasa incluso un forastero;

todos dejan en mi alma

un recuerdo entreabierto.

 

Y si no encajo nunca,

Y me pierdo si me entrego;

como el arte está en la herida

nos devuelve al enero,

en dar todo cuando queda

casi nada en el ropero,

en salvar lo que se apaga

y abrigarlo con un beso.

 

El café que alguien olvida,

el saludo del tendero,

la mujer que se eterniza

y sonríe sin saberlo…

 

Porque crucé por mil sombras

sin hallarme compañero,

hasta que una risa leve

me sostuvo en su juego.

Y supe, en la noche quieta,

que lo puro es verdadero

cuando entrega lo que tiene

sin deseo ni silencio.

 

Y entre mi sangre y mi duda

hay un puente muy pequeño;

por él pasa la belleza—

esa eterna compañera—

que convierte lo ordinario

en el milagro que anhelo.

 

Lo que pasa es que respiro,

lo que pasa es que te veo,

lo que pasa es que sonrío…

y aún así, te quiero.

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