Los derechos humanos son aquellas libertades, garantías y protecciones fundamentales que posee todo ser humano por el solo hecho de serlo: el derecho a la vida, a la dignidad, a la libertad, a la seguridad, a una existencia libre de opresión, trato injusto, discriminación o violencia. Su origen moderno remonta la atmósfera sombría de la posguerra mundial: fue precisamente tras la devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial que, en un acto solemne de esperanza colectiva, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) el 10 de diciembre de 1948, consagrando los derechos inherentes a toda persona, sin distinción de raza, nacionalidad, religión, género, o condición social.
Ese día quedó señalado como símbolo universal de reivindicación de dignidad —y en 1950 se instituyó oficialmente como Día Internacional de los Derechos Humanos, para recordar ese pacto moral global.
Vale destacar que, gracias a Eleanor Roosevelt, esposa de un presidente estadounidense, quien lejos de limitarse al rol tradicional, transformó la figura de la primera dama en una voz política activa.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en 1945, fue nombrada delegada de los EE. UU. ante Naciones Unidas, y en 1946 se convirtió en la primera presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Bajo su liderazgo se redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), adoptada por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948.
Eleanor Roosevelt defendió que los derechos proclamados debían ser universales, para todos los seres humanos —independiente de raza, género, nacionalidad—, y abogó incansablemente porque ese ideal trascendiera como norma mundial.
Su contribución cambió el curso de la historia moderna: convirtió la idea de dignidad humana en un estándar internacional, una “carta magna” de la humanidad.
Con el tiempo, la DUDH se transformó en cimiento de lo que hoy conocemos como la “Carta Internacional de Derechos Humanos”: a ella se sumaron más tratados y pactos vinculantes —como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, ambos adoptados en 1966— dotando de respaldo jurídico global a esos derechos.
Pero más allá de esos acuerdos, la gran tarea sigue intacta: garantizar que esos derechos se respeten realmente, en cada rincón del planeta, en cada persona, sin excepción. Porque la letra escrita —aunque valiosa y necesaria— no basta: hacen falta acciones, vigilancia, compromiso concreto, instituciones fuertes y sociedades vigilantes.
Resulta importante destacar la figura de Rosa Park en la reivindicación de los Derechos civiles.
El 1 de diciembre de 1955, en Montgomery, se negó a ceder su asiento en un autobús segregado a un pasajero blanco. Fue arrestada por esa aparente “infracción”. Pero ese gesto sencillo —valiente y personal— encendió el movimiento de protesta que dio origen al Montgomery Bus Boicot
El boicot duró 381 días, paralizó el sistema de transporte público, sensibilizó a millones y llevó al fallo de la Corte Suprema que declaró inconstitucional la segregación en los autobuses de Montgomery.
Con ese acto, Rosa Parks pasó a ser considerada “la madre del movimiento moderno por los derechos civiles” en EE. UU.
Fue un ejemplo de que un gesto individual puede quebrar estructuras opresivas, marcar un camino de dignidad y libertades.
Rosa Parks representa cómo, cuando una persona dice “basta” ante la injusticia, esa chispa puede incendiar conciencias y derribar muros.
Conexión y legado: derechos civiles, derechos humanos
La historia de Rosa Parks y Eleanor Roosevelt se enlaza en un mismo hilo: la dignidad humana. Parks rompió barreras raciales con su disidencia individual y colectiva; Roosevelt ayudó a construir un marco jurídico global que reconoce esa dignidad como universal.
Donde Parks demostró que la segregación racial era incompatible con la justicia en una nación, Roosevelt permitió que la comunidad internacional adoptara un estándar de dignidad para todos los pueblos.
El activismo concreto de Parks —boicots, protestas, organización comunitaria— se convirtió en símbolo de los derechos civiles; la DUDH y la labor diplomática de Roosevelt sentaron las bases del derecho humano internacional.
Ambas dejaron una herencia moral: muestran que la lucha por la igualdad y la justicia tiene rostro humano —una costurera valiente, una diplomática decidida— y que el respeto de los derechos no es concesión sino obligación.
¿Por qué retener su ejemplo hoy?
Porque cada vez que alguien discrimina, deja de ver a otro como humano, debe recordarse el asiento que Rosa Parks defendió con su cuerpo.
Porque cada vez que una autoridad vulnera la dignidad de una persona —sea por raza, género, condición, origen o credo—, la Declaración Universal sigue vigente, como brújula moral.
Porque la verdadera fuerza de los derechos humanos no depende de gobiernos o signos políticos, sino de mujeres y hombres —sus vidas, su decisión, su coraje— que se atreven a decir “no” a la injusticia.
Violaciones globales y el reto de universalidad
A lo largo de décadas, hemos visto cómo masacres, torturas, persecuciones políticas, desplazamientos forzados, negación de libertades fundamentales o censura se han reproducido en distintos escenarios: conflictos bélicos, regímenes autoritarios, crisis humanitarias. Aunque la DUDH y los pactos internacionales representan un ideal, su cumplimiento depende de gobiernos, instituciones y —sobre todo— de la voluntad colectiva.
El simple hecho de que día tras día haya violaciones confirma lo obvio: la universalidad de los derechos humanos sigue siendo una aspiración, no una realidad garantizada. No basta con proclamar derechos: hay que construir sociedades que los respeten, inclusivas, equitativas, con justicia, con acceso a la dignidad efectiva.
América Latina: espejos de una promesa incumplida
Si miramos hacia nuestra región latinoamericana, las violaciones son —muchas veces— demasiado evidentes. Gobiernos autoritarios, corrupción, represión, manipulación electoral, persecución de opositores, pobreza estructural, desigualdades, discriminación de pueblos indígenas, violencia sistemática.
Países como Venezuela, Nicaragua, Cuba —y otros— han sido denunciados por organismos internacionales por prácticas de represión política, detenciones arbitrarias, censura, negación de libertades, migraciones forzadas. Esa lista se extiende cuando sumamos contextos de violencia en Centroamérica, crisis de derechos indígenas, discriminación, exclusión social, falta de acceso a servicios básicos.
Pero no es solo cuestión de algunos gobiernos: también en otros Estados “democráticos” persisten desigualdades estructurales, injusticias sociales profundas, discriminación de género, falta de protección real para las minorías.
¿Qué nos falta aún en Derechos Humanos?
Con ese panorama, emerge una pregunta inevitable: ¿qué nos falta en materia de Derechos Humanos? Estas son algunas de las deudas que aún pesa sobre nuestras espaldas:
1.- Voluntad política real y rendición de cuentas: Que los tratados no sean solo letra muerta, sino garantías operativas, con mecanismos de supervisión, sanciones efectivas y políticas de prevención.
2.-Instituciones fuertes, independientes y transparentes: Poder judicial autónomo, defensores de derechos humanos protegidos, prensa libre, órganos de control que funcionen sin interferencias.
3.-Educación y conciencia ciudadana: Que la población conozca sus derechos, se empodere, exija su cumplimiento, y no acepte opresión, indiferencia o normalización de injusticias.
4.-Justicia social y equidad estructural: Acceso a servicios básicos, salud, vivienda, educación, oportunidades reales para todos. Que la dignidad no dependa del lugar de nacimiento, del color, del género o de la riqueza.
5.-Protección de quienes defienden los derechos humanos: Activistas, periodistas, opositores, minorías: deben estar protegidos, no perseguidos.
El caso actual: un símbolo de condena al autoritarismo
Este año, el premio Nobel de la Paz fue otorgado a María Corina Machado, como reconocimiento a su lucha por la democracia en su país, Venezuela, frente al régimen dictatorial de Nicolás Maduro.
Este gesto sirve como recordatorio de que la lucha por los derechos humanos no es neutra ni ideológica: quienquiera que gobierne, si vulnera derechos fundamentales, está expuesto al juicio universal de la conciencia democrática.
No se le condena por su supuesta “izquierda” o “derecha”. Igual gobernó Augusto Pinochet, apoyado por USA y cometió sendos crímenes con la llamada “Caravana de la Muerte” Se le condena por represión, por injusticia, por negar derechos. Y hoy, más que nunca, en América Latina, esa condena sirve como un estandarte: no queremos gobiernos absolutistas disfrazados de revolución, sino sociedades libres, bastiones de la dignidad humana.
Conclusión: la promesa pendiente
Definir, proclamar, firmar tratados: se ha hecho. Lo que nos falta —y con urgencia— es transformar esos papeles en vida real. En escuelas, en hogares, en ciudades, en leyes que se cumplan, en justicia palpable, en igualdad, en dignidad vivida.
El 10 de diciembre nos recuerda que los derechos humanos no son un lujo: son la base de la humanidad compartida. Pero si permitimos que sean letra muerta, propaganda de calendarios, celebraciones simbólicas sin contenido, habremos traicionado su esencia.
Nos falta coraje: para exigir, para defender, para no aceptar la opresión. Nos falta memoria colectiva, fraternidad, ética de justicia. Nos falta decisión de volver universales —en la práctica— esos derechos proclamados en 1948.
Y lo más importante: nos falta creer que somos todos hijos de la misma dignidad, que merecemos vivir libres, con respeto, con oportunidades. Esa es la deuda aún abierta.
JUSTO ALDÚ
JULIO A. STOUTE
Licdo. En Desarrollo Social Panamá.
Especialista en Estrategias de Intervención en poblaciones de alto riesgo social. Univ. Especializada de las Américas.
Cinco diplomados en DDHH de la Univ. Nacional Mayor de San Marcos de Lima, Perú.
Diplomado internacional en NNA.
Análisis e interpretación Constitucional.
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Autor:
JUSTO ALDÚ (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 10 de diciembre de 2025 a las 12:56
- Comentario del autor sobre el poema: Les presento este breve ensayo con motivo del 10 de diciembre. Fecha en que conmemoramos la proclamación de los DDHH. en 1948.
- Categoría: fecha-especial
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Javier Julián Enríquez, 🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮, Tommy Duque, Violeta, Poesía Herética

Offline)
Comentarios4
Excelente ensayo, estimado poeta; y en colaboración según puedo percibir. Saludos 🤗 🤗
Muchas gracias Samuel por tu visita, lectura y comentario.
Mi verdadero nombre es JULIO A. STOUTE D., mi seudónimo es JUSTO ALDÚ. JU por Julio, STO por STOUTE, AL por ALBERTO y DU por DUARTE.
Un fuerte abrazo .
He leìdo con suma atenciòn este excelso ensayo.
¡BRAVO!
Van mis felicitaciones, estimados colegas de la pluma.
Shalom
Hola mi estimado Beto. Curiosamente ese mismo año se dio lugar a otro hecho trascendental que tu conoces muy bien. El Estado de Israel fue proclamado el 14 de mayo de 1948. La creación de Israel fue un proyecto nacional de autodeterminación para un pueblo perseguido y sometido a la atrocidad del Genocidio.
Muchas gracias por tu visita y comentario.
Saludos
Muchas gracias, amigo JUSTO, por este extraordinario ensayo sobre «La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) del 10 de diciembre de 1948», que hoy cumple su aniversario:
«Los derechos humanos, inherentes a la condición humana, trascienden las fronteras de la raza, nacionalidad o credo, erigiéndose como pilares fundamentales de la dignidad humana. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, que emergió tras el sufrimiento causado por la guerra, encarna el anhelo de una humanidad unida en la defensa de sus libertades fundamentales. La lucha por la justicia, personificada en figuras destacadas como Rosa Parks y Eleanor Roosevelt, demuestra que la defensa de la dignidad es una responsabilidad moral fundamental».
Un cordial saludo y fuerte abrazo con mi más afectuoso aprecio
Querido amigo,
Recibo tus palabras con gratitud sincera y el respeto que siempre me inspiran tus reflexiones. Permíteme, antes que nada, ofrecer una disculpa por haber circunscrito el análisis principalmente a Latinoamérica. Sé bien que las violaciones a los derechos humanos no conocen fronteras y lamentablemente se extienden por todos los continentes; sin embargo, abordar también las realidades europeas, asiáticas o de Oriente Medio habría convertido el ensayo en un tratado vasto y complejo, pues muchas de esas problemáticas son profundamente multifactoriales y requieren un contexto histórico y geopolítico muy extenso para ser comprendidas en su totalidad.
Aprecio enormemente tu generosidad al valorar el ensayo y celebrar conmigo este nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aquel documento luminoso nacido en 1948 para recordarnos que la dignidad no es un privilegio, sino un derecho inherente a todo ser humano. Tal como señalas con admirable elocuencia, figuras como Rosa Parks y Eleanor Roosevelt siguen siendo faros éticos que nos muestran que la defensa de la libertad no es tarea de unos pocos, sino un imperativo moral que nos convoca a todos.
Gracias por tu cordial saludo y por ese abrazo que devuelvo con la misma calidez y afecto. Es un honor acompañarte en estas conversaciones donde la palabra busca siempre elevar, esclarecer y unir.
Saludos
Un buen desciptivo ensayo de la proclamación de los DDHH. Lo felicito y lo admiro Licdo JUSTO ALDÚ mi amigo de todos los tiemos, saludos sumamentes cordiales.
Muchas gracias Violeta, tu sabes que te estimo. Felicidades por el nobel de la paz concedido a tu coterranea Mª Corina Machado. He seguido las transmisiones desde Oslo. Habló su hija. Ella tuvo que salir como podía y está viajando en estos momentos. Recibe un fuerte abrazo de mi parte.
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