Capítulo 1 — LA VENTANA.
En el pequeño pueblo de los cocos, donde las calles eran de tierra y las tardes olían a pan recién hecho, había una tienda sencilla con una ventana que daba hacia la Calle principal. Ahí, cada día, Coni atendía a los clientes. Tenía apenas quince años y una mirada tranquila, de esas que parecen escuchar antes de hablar.
Michi, un muchacho del pueblo vecino, recorría 8 kilómetros cada sábado para llegar a esa misma tienda. Siempre llevaba un pretexto diferente: un refresco, un cuaderno, un dulce. Pero su verdadero propósito no tenía envoltura ni precio: verla a ella.
Ella lo notaba. Fingía sorpresa cada vez que él llegaba, pero en su sonrisa había un reconocimiento secreto: “Hoy también vino por mí.”
A veces, cuando no había clientes, él se quedaba unos minutos extra.
—¿Cómo te fue en la escuela? —preguntaba él, fingiendo distracción.
—Bien —decía ella, acomodando productos para esconder el rubor.
Pero él nunca se atrevía a confesar nada. El amor adolescente lo tenía amarrado a su propia timidez.
Ella, sin saberlo, guardaba esos silencios como recuerdos que no se nombran.
Capítulo 2 — LA SECUNDARIA.
Cuando coincidieron en la misma secundaria, el corazón de Michi encontró razones nuevas para latir. La veía en los pasillos, con sus cuadernos abrazados al pecho, la trenza siempre perfecta y ese aire dulce que la hacía diferente a todas.
Él siempre la admiraba desde lejos. Ella lo notaba, pero fingía no hacerlo. Había algo entre ellos, algo que ni crecía ni moría, solo flotaba.
Hasta que un día, cuando ya no pudo contenerse, él buscó su mirada detrás de la escuela.
—Michi… ¿pasa algo? —preguntó ella.
Él tragó saliva, sabía que si no hablaba ahora, nunca lo haría.
—Me gustas… desde hace mucho. Yo… quiero estar contigo. Quiero que seas mi novia.
Ella sintió que el mundo se le estrechaba. No porque no le gustara él, sino porque su corazón aún era un territorio sin explorar.
—Lo siento —dijo con un hilo de voz—. No siento lo mismo. No quiero lastimarte.
La palabra no cayó entre ellos como una piedra en el agua. Él se desanimó, pero no retrocedió. Le llevó detalles, buscó su sonrisa, llenó su vida de gestos… pero la respuesta era siempre la misma.
Y la distancia, aunque invisible, comenzó a crecer.
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Capítulo 3 — DOS CAMINOS.
Años después, al graduarse de la preparatoria, sus vidas tomaron rumbos distintos. Coni se mudó a San Cristóbal de Las Casas para estudiar economía. La ciudad, con sus calles empedradas y el frío de las montañas, le abrió un mundo nuevo.
Michi se quedó en su pueblo, pero no en paz. Tres años enteros sin hablar con ella fueron un calvario silencioso. No podía olvidarla. No quería hacerlo.
Hasta que un día, movido por un último impulso —o quizá por la necesidad de cerrar una herida— decidió mudarse también a San Cristóbal.
“Si la veo una vez más, si le digo lo que siento una última vez… tal vez pueda dejarla ir”, pensó.
La buscó durante un mes. Caminó por mercados, avenidas, escuelas, preguntando con cautela. Hasta que un día, por fin, obtuvo su número actual.
Ella aceptó verlo.
Y así, una noche de luna llena, se encontraron en la Plazuela de Guadalupe.
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Capítulo 4 — LA NOCHE DE LA PLAZUELA.
La plazuela estaba tranquila, iluminada por lámparas viejas y una luna redonda que parecía observarlos con nostalgia. Cuando ella llegó, él se levantó de la banca.
—Michi… cuánto tiempo —dijo ella, sonriendo con nervios.
—Demasiado —respondió él.
Hablaron horas. Rieron recordando la secundaria. Luego, el ambiente se volvió serio.
—Yo… aún siento lo mismo de antes —confesó él, con la misma honestidad que lo había guiado desde niño—. Nunca pude olvidarte.
Ella bajó la mirada.
—Michi, no sé cómo decirte esto… sigo sin sentir lo mismo. Y… estoy en una relación.
Esa frase le atravesó el pecho. Pero no dijo nada. Solo asintió. Ella, sintiendo su tristeza, se acercó y lo abrazó. No un abrazo de amor, sino de despedida. Y antes de irse, permitió que él le diera un beso en la frente.
El último.
Michi se quedó sentado mucho después de que ella se marchara, ahora esa banca se sentía fría. Sabía que esa noche era su cierre. Su despedida. Su final.
Al día siguiente cortó todo contacto. Por paz. Por dignidad. Por necesidad. Por amor.
Pero nunca logró borrarla de su corazón.
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Capítulo 5 — LOS AÑOS Y SUS CONSECUENCIAS.
La vida siguió. Ambos se casaron. Ambos formaron familias. Michi aprendió a amar de verdad a su esposa, con un cariño maduro, profundo y presente. Era un buen esposo, un buen hombre.
Pero hay amores que no se viven… y aun así no mueren.
Coni y él permanecieron en silencio durante años, hasta que un día ella lo contactó. Con voz temblorosa, lo saludó como si hablara con un fantasma del pasado.
—Michi… quiero decirte algo que nunca pude.
—Dime —respondió él, sintiendo cómo todo lo viejo despertaba.
—Siempre supe cuánto me amaste. Y… yo también te quise. Pero no fui valiente. Tenía miedo de no saber cómo corresponderte.
Él sintió el corazón apretarse.
—No te guardo rencor —dijo sinceramente.
—Quiero verte una vez más —susurró ella—. Para cerrar lo que nunca cerramos. Para sacar esta espina que me dejaste sin querer.
Michi miró a la nada unos segundos. Él también sentía aquella espina. Pero su vida actual pesaba más.
No respondió de inmediato.
Porque hay finales que no duelen por lo que fueron,
sino por lo que nunca pudieron ser.
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Conclusión — EL RINCÓN DONDE VIVEN LOS IMPOSIBLES.
Dicen que el primer amor nunca se olvida.
Pero a veces no se olvida porque no tuvo oportunidad de existir.
Michi y Coni pertenecen a esa categoría de amores raros:
los que se quedan viviendo en el alma, no en la vida.
Los que acompañan en silencio.
Los que marcan.
Los que dejan espinas… y flores.
Un amor que nunca fue, pero que siempre existió.
Autor: MICHELLE RUIZ TOMASINI.
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Autor:
MICHELLE RUIZ TOMASINI (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 10 de diciembre de 2025 a las 04:25
- Categoría: Amor
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