A veces la cabeza se convierte
en un laberinto sin salida,
en una tormenta que se cree infinita,
en un cuarto oscuro donde el silencio
habla más fuerte que cualquier voz.
A veces pensamos de más,
por miedo a que la vida nos sorprenda,
por temor a equivocarnos,
como si cada paso fuera una prueba,
como si fallar significara caernos para siempre.
Y sobrepensamos…
sobre un gesto,
sobre una palabra,
sobre un mensaje que quedó sin responder,
sobre lo que quizás nunca pasará.
Nos cargamos la mente
con fantasmas que inventamos,
con historias que aún no existen,
con teorías que pesan
más que la realidad misma.
Y es ahí cuando duele,
cuando el corazón se agota,
cuando tu pecho se siente estrecho
y tus pensamientos son cadenas
que no te dejan ni respirar.
Porque la mente exagera,
la mente se adelanta,
la mente dramatiza
aunque el alma solo quiera calma.
Pero lo que pasa, pasa por algo.
Lo que llega, llega cuando debe.
Nada se apura,
nada se fuerza sin costo.
Un mínimo error puede cambiar todo,
sí… pero también un pequeño acierto.
Un paso puede ser tropiezo,
pero también comienzo.
Por eso, respirá.
Cerrá los ojos.
Soltá todo lo que te pesa
aunque no entiendas aún su sentido.
No sobrepienses lo que la vida
ya está preparando para vos.
No adelantes los finales
ni inventes dolores que no existen.
Confía.
Confía aunque cueste,
aunque duela el misterio,
aunque te tiemble la duda.
El tiempo sabe.
El destino escucha.
Las cosas se ordenan
cuando el corazón aprende
a dejar de luchar contra sí mismo.
Y cuando menos lo esperes,
cuando ya no estés forzando respuestas,
cuando te permitas simplemente ser…
todo se hará claro,
las piezas encajarán,
y la vida te mostrará
que nunca perdiste el camino.
Solo estabas pensando de más.

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