Ausencia Habitada

Ausencia habitada

La madre emprendió un viaje al alba callada,
igual que las aves que parten en la mañana temprana,
dejando en el aire un vacío de su risa apagada,
y en las paredes de la casa una sombra extraña,
que llena cada rincón con su memoria amada.

Aquella silla de siempre ahora está vacía,
guardando la forma dulce de su cuerpo querido,
mientras el reloj en la pared su tictac enfría,
marcando las horas de un tiempo detenido,
sin el calor de su presencia que al mundo unía.

Su taza astillada aún espera en la repisa,
testigo silencioso de desayunos y charlas,
la grieta que sus dedos evitaban con premisa,
ahora es un mapa de ausencia que no se borra,
un recordatorio de su mano firme y precisa.

El viento trae a veces un rumor de su acento,
una canción lejana que parece nombrarme,
el sol de la tarde me da su leve aliento,
y en el crepúsculo logro a veces encontrarle,
como un refugio seguro dentro de mi pensamiento.

Noches estrelladas me traen su mensaje cercano,
una luz titilante que me habla sin reproches,
me dice que ha encontrado un camino sereno,
lejos del peso cruel de todos los dolores,
en un jardín eterno, claro y soberano.

Aunque el camino que tomó no tiene retorno,
su amor transformado perdura de manera constante,
es un fuego suave que ilumina mi interior,
un latido callado que vive en el instante,
y que me abriga el corazón con suave calor.

Mamá se volvió esencia, perfume y luz clara,
habitando el suspiro, el recuerdo, la esperanza,
su imagen en mi alma nunca se desgarra,
es raíz profunda, firme y constante confianza,
que desde lo eterno mi ser acompaña y ampara.

Porque quien parte dejando un amor tan puro,
no se marcha del todo, no se va a la nada,
sembró en esta vida un cariño seguro,
que crece en el corazón como luz aprobada,
eterna compañera en lo presente y lo futuro.

—Luis Barreda/LAB
Montrose, California, USA 
Noviembre, 2025.