La Vida Es Una Sinfonía Agridulce
La existencia teje su melodía en un pentagrama de luces y sombras extendido,
donde cada nota contiene un instante pleno de dulzura o de hondo pesar,
una cadencia que fluye entre los besos tibios del alba prometedora
y los suspiros fríos del ocaso que todo lo sepulta en su penumbra,
un compás incesante que marca el ritmo del corazón en su lucha.
La memoria guarda el perfume de aquellos días ya lejanos y dorados,
aquellos instantes en que la alegría danzaba con pies de seda por la casa,
y también conserva la textura áspera de las pérdidas repentinas,
el sabor metálico de las lágrimas que surcaron el rostro en silencio,
dos caras de una misma moneda que el tiempo lanza sin cesar.
En el jardín del corazón germinan tanto las flores como la maleza,
los capullos tiernos de los sueños que pujan por alcanzar el cielo,
y las raíces punzantes de los temores que anudan las entrañas,
un terreno fértil donde todo crece en desordenada y vasta profusión,
regado por las aguas contradictorias de la fortuna y el infortunio.
Las sendas que transitamos nunca son rectas ni están completamente definidas,
serpentean entre muros de piedra fría y anchos campos de trigo maduro,
a veces ascendemos por cuestas empinadas bajo un sol abrasador,
y otras descendemos a valles tranquilos donde mana una fuente serena,
siempre con la mochila cargada de experiencias que pesan o que alivian.
El amor llega como una estación cálida que todo lo cubre de colores,
transformando el paisaje gris del invierno en un lienzo de tonos vivos,
pero su ausencia deja un rastro de escarcha sobre cada recuerdo,
una sensación de vacío que habita en los rincones de la estancia,
aunque su esencia perdura como un rumor leve en la madrugada.
La esperanza es esa brasa tenue que nunca logra apagarse del todo,
un destello tenaz que persiste aun en la noche más densa y profunda,
alimentada con los leños pequeños de cada nuevo amanecer gris,
una lumbre que guía los pasos titubeantes a través de la niebla,
y calienta las manos heladas en los momentos de mayor desaliento.
Los encuentros y las despedidas forman el latido esencial de los días,
la mano que se estrecha con fuerza y el abrazo que no quiere soltarse,
contrastando con el portazo lejano y la silueta que se desdibuja,
son la inhalación y la exhalación de este pulmón que es el vivir,
un ciclo eterno de llegadas a puerto y de nuevas partidas.
Reímos con la garganta abierta ante las gracias simples de lo cotidiano,
y lloramos con el rostro escondido por duelos que no tienen consuelo,
expresando con el cuerpo entero ese torbellino de sentires humanos,
una catarata de emociones que nos desborda y a la vez nos limpia,
dejándonos exhaustos pero más livianos para continuar la marcha.
Al final del camino, cuando miremos atrás sobre la huella dejada,
no veremos una sola tonalidad ni una línea clara y definida,
sino un mosaico complejo hecho de risas, de polvo, de cantos y de heridas,
una obra de arte imperfecta y bellísima que solo a nosotros nos pertenece,
la creación única que, con aciertos y errores, supimos construir.
Por eso aceptamos este sabor mezclado que ofrecen los años vividos,
esa copa que contiene a la vez un licor suave y un vinagre fuerte,
y bebemos su contenido total con valor y con serena gratitud,
pues cada sorbo, sea cual sea su gusto, nos formó y nos dio sustento,
en esta sinfonía agridulce que se llama vida y que es nuestro único tesoro.
—Luis Barreda/LAB
Glendale, California, USA
Noviembre, 2025.
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Autor:
Luis Barreda Morán (
Offline) - Publicado: 7 de diciembre de 2025 a las 00:37
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2

Offline)
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