De Austin Mora Badilla, desde la cotidianidad.
Hoy, mientras degustaba el café y la lluvia se deshacía con su antigua paciencia sobre la ventana, pensé como quien piensa sin buscarlo en una frase de Dostoyevsky que apareció de pronto en mis redes.
La leí y sentí esa punzada suave que producen las verdades que no pretenden deslumbrar, pero sí recordar:
“Es fácil juzgar al otro cuando no tienes que cargar su miseria.”
Y comprendí cuánta razón hay en ello.
Caminamos por la vida opinando de los demás con una ligereza casi irresponsable, como quien mira un jardín desde lejos y cree conocer la tierra sin haberla tocado. Señalamos actitudes, criticamos gestos, interpretamos silencios ajenos sin detenernos un instante a pensar qué historia, qué peso, qué dolor los sostiene.
Nunca observamos los zapatos del otro.
No vemos si están rotos, si dejan entrar el frío de la madrugada, si por dentro esconden un clavo que acompaña cada paso, o si aprietan tanto que avanzar se vuelve un acto silencioso de valentía.
Y, aun así, juzgamos. Porque juzgar es fácil: basta mover la lengua.
Comprender, en cambio, exige mover algo más profundo: el corazón… y eso siempre cuesta.
He pensado también en la rapidez con que juzgamos el físico de las personas.
Esa geografía involuntaria que nadie escoge. Ese rostro heredado sin consulta previa. Esa arquitectura de huesos y piel que llega al mundo sin pedir permiso. Y aun así, sentenciamos: como si la belleza fuera una ley universal, cuando es apenas un reflejo, un ángulo, una circunstancia, un capricho de la luz… o de la genética.
Nadie ha pedido nacer como nació. Nadie ha elegido sus rasgos. Y es una gran torpeza humana convertir lo involuntario en motivo de desprecio.
Juzgar un cuerpo que no se escogió es como culpar al viento por soplar donde quiere.
Comprender, sin embargo, exige otra clase de gesto.
Una pausa honesta. Una mirada más honda. Una disposición mínima, pero verdadera, de acercarse y cargar aunque sea por un instante la cruz que pesa sobre los hombros del otro. Sentir su aspereza, su origen, su historia.
Ese pequeño acto cambia todo: la perspectiva, el tono, la manera de hablar, incluso la forma en que uno mira.
La lluvia seguía cayendo como si quisiera acompañar mis pensamientos, y entendí que juzgar será siempre lo más sencillo. Lo más cómodo. Lo más inmediato.
Pero comprender… comprender es lo que nos humaniza.
Nos obliga a bajar la voz, a sopesar el mundo ajeno, a aceptar que cada ser humano lleva encima un peso que desconocemos.
Quizá, si recordáramos esto más a menudo, hablaríamos menos, miraríamos mejor y seríamos aunque sea un poco más humanos.
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Autor:
Austin Mora (
Offline) - Publicado: 7 de diciembre de 2025 a las 00:14
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 2

Offline)
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