Hay un punto en el que el dolor deja de doler. No porque sane, sino porque aprende. Creo que estoy llegando allí. Desde hace días, el monstruo —esa criatura que comenzó siendo tu ausencia y terminó siendo mi espejo— ha empezado a moverse de forma distinta, con una lentitud que parece decisión, y con una suavidad que me desconcierta más que sus gruñidos.
Ya no golpea mis costillas, ahora las acaricia, ya no muerde, se asienta, y no exige silencio: lo crea.
A veces siento sus manos o lo que sea que use como manos posarse sobre mi pecho, no para abrirlo, sino para medir el ritmo, como si estuviera afinando el pulso final antes de decidir en qué nos convertiremos. Y mientras lo hace, descubro que me voy quedando sin bordes. No sé dónde termino yo ni dónde empieza él.
En ciertos momentos, sobre todo en la madrugada, percibo una respiración doble: no dos cuerpos, sino un solo cuerpo intentando recordar que alguna vez fue dos.
Ahí es donde lo comprendo: la mutación ya no es amenaza, es memoria.
Ya no temo ser devorado, tampoco deseo ser liberado, me encuentro en ese borde extraño donde ambas posibilidades pierden sentido, como si el monstruo y yo hubiéramos llegado, finalmente, al mismo cansancio.
Hay un detalle nuevo, inquietante: últimamente, él tiembla. No sé si de frío, de hambre, o de algo parecido al miedo. A veces siento que presiente el final, pero no de mí… sino de sí mismo. Como si intuyera que la última mutación no lo hará más grande, sino más frágil, más humano, más cercano a lo que quise ser cuando todavía te nombraba sin pudrirme.
Y entonces surge una intuición que me desarma: que el monstruo no estaba esperando devorarme ni salvarme, sino aprender mi forma para poder morir en ella.
Porque hace dos noches, justo antes del amanecer, sentí algo imposible: sus latidos dejaron de imitar los míos.
Por primera vez desde que habita mi cuerpo… latió diferente, como si se hubiera atrevido a tener un pulso propio, separado del dolor que lo originó.
Y yo, con la garganta temblando, entendí que eso era la despedida: no la tuya, no la mía, la suya.
Quizá la última mutación sea simplemente eso: que algo nazca en mí para poder irse, que algo se transforme para dejarme solo. Que algo deje de ser monstruo para darme permiso de existir otra vez.
Y mientras escribo esto, siento un silencio nuevo moviéndose bajo mi piel. No sé si es el fin o el primer respiro. No sé si mañana despertará él o despertaré yo.
Lo único cierto es que, por primera vez en mucho tiempo, mi cuerpo no tiene miedo.
-
Autor:
Bruno Gatica 1 (
Offline) - Publicado: 6 de diciembre de 2025 a las 04:51
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.