El banco estaba seco esta vez, completamente seco. No era de madera turquesa, sino de una piedra oscura y fría, parte de la restauración que Tomás había supervisado, pero el muro de hojas verdes seguía ahí, y el ruido de la ciudad todavía se apagaba igual.
Clara se acercó al mediodía, no a las 3:21. Llevaba el mismo abrigo color rosa de aquella primera ocasión, el que él temió humedecer.
"Recuerdas la nota que te dejé, ¿verdad?" preguntó ella, sentándose."'Espérame cuando escampe'."
Tomás asintió.
"Yo llegué. Llegué tarde. Lo siento, pero llegué. Eran las cuatro. Vi tu abrigo azul, te vi marcharte y te dejé ir, Tomás. El chantaje de mi familia era real y yo... yo solo quería que tú no tuvieras que lidiar con eso. Elegí tu paz por encima de nuestra promesa. Te convertí en un recuerdo seguro, intacto, lejos de mi caos."
Tomás cerró los ojos. El Recuento era eso: la verdad, cruda y simple. No había llegado tarde por miedo, sino por amor. Pero el recuerdo que él había construido en la ausencia era más limpio, más fácil de amar.
"He pasado ocho años amando a un fantasma," dijo él, con voz ronca. "Al 'Tomás de las 3:21' que eras tú, y a la 'Clara de la promesa' que eras tú. Y me temo que ya no sé cómo amar a las personas reales, con sus elecciones y sus cicatrices."
Clara le tomó la mano, sintiendo la frialdad de su piel.
"Lo sé. Y lo entiendo," susurró ella. "Pero un recuento no es para pedir perdón, Tomás. Es para saber de dónde vienes. Para mí, el amor de las 3:21 no era la promesa, era la espera. Saber que estabas ahí, en la lluvia. Y ahora sé dónde encontrarte."
Ella se levantó, sin soltar su mano.
"Puedes seguir amando a tu fantasma, si quieres. Pero el tiempo ya no se detiene a las 3:21. Yo ya no tengo secretos. El recuento se terminó."
Clara empezó a caminar, lentamente, invitándole sin palabras a seguirla, a aceptar el amor incompleto, con los errores y la realidad. Tomás permaneció sentado, sintiendo la piedra fría bajo su mano.
Por primera vez en ocho años, no miró su reloj. No miró al cielo para ver si llovería. Miró la espalda de Clara. No era la silueta inalcanzable de su fantasía, era una mujer caminando, esperando.
Tomás se levantó del banco de piedra, sintiendo que al fin se secaba por dentro. No sabía si iban a durar, ni si la historia tendría un final feliz esta vez. Pero por primera vez, estaba dispuesto a descubrirlo. Dio el primer paso, sintiendo el peso del abrigo azul en su mano, y siguió a la mujer que había convertido en recuerdo, listo para amar a la persona que era ahora.
© 2025 Oney ✒️
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Autor:
Oney ✒️ (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 5 de diciembre de 2025 a las 15:34
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: Carlos Baldelomar

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