La Flor en el Barro de la Desidia.
Titania reanudó el vuelo con una ligereza desconocida. Su varita de fresno ya era algo más que una fantástica herramienta. Era una extensión de su propia benevolencia. El arrullo de la savia del Fresno Silente provocaba un latido constante en su pecho, una brújula interna que vibraba al hallar el camino correcto.
Siguiendo las instrucciones de Akelia, se orientó decididamente hacia el Oeste, donde el mapa de musgo había señalado el Corazón de Madera más vulnerable.
El viaje fue veloz. A medida que se alejaba del denso y protector Dosel Viejo, el Bosque Nevado se volvía más lóbrego y ralo. Los árboles no parecían muertos, pero sus hojas mostraban un color apagado, y el aire olía a tierra agostada en lugar de a resina y lozanía. Ésta era la frontera entre la naturaleza exuberante y la tierra maltratada, justo donde el Lokardo del Olvido había establecido su influencia.
Titania descendió sobre una pequeña cañada surcada por un riacho de agua escasa. La ninfa le había advertido sobre la Flor de la Humildad y, como el hada sabía, no debía buscar algo extravagante o vistoso. Una dádiva benefactora no brotaría en el jardín de un rey, sino en un lugar más discreto y sencillo.
El aire se sentía denso, como si una pesada manta gris cubriera el paisaje. Al tocar el suelo, Titania sintió que el sordo latido de la Arborigenia en su pecho se volvía más débil, una palpitación apenas perceptible..
—Aquí debe estar —murmuró ella.
Su varita se agitó débilmente. Apuntó hacia un grupo de rocas cubiertas por maleza mustia. Entre ellas descubrió el Corazón de Madera. Una esfera de ámbar opaca del tamaño de una simple nuez, que emitía una luz tan tenue que se perdía en la oscuridad del inminente anochecer.
Titania sabía que su propia magia sería insuficiente para revivirlo. Necesitaba encontrar el pulso de voluntad noble que Akelia le había descrito.
Se movió a pie por la cañada, buscando el indicio de una ofrenda sincera. La Flor de la Humildad no era una planta literal; era la metáfora de un acto puro.
Entonces, un sonido muy especial rompió el silencio: el duro y repetitivo golpe de una pala al hendir la tierra.
La señal la llevó hasta un pequeño huerto escondido tras una duna de terrosa. Allí, una mujer mayor, llamada Ekara, vestida con ropas sencillas y gastadas, trabajaba incansablemente. La escena era la quintaesencia del esfuerzo honesto y necesario para lograr brotar un fruto de forma altruista.
Titania vio que estaba despejando un pequeño canal de barro seco para desviar la última y escasa gota de agua del riacho hacia la base de un viejo y nudoso tilo crecido en el linde del bosque.
—¿Por qué ese árbol? —preguntó Titania, acercándose con sigilo.
Ekara se detuvo, limpiándose el sudor de la frente. Vio al hada y la recibió con una sonrisa calmada, sin ocultar un cierto asombro respetuoso.
—Es el Tilo del Pacto —dijo Ekara, señalando las ramas desnudas de hojas. Mi abuelo me enseñó que las raíces de estos árboles son las que sostienen las deslizantes tierras de la ladera. Si los tilos mueren, el terruño se vendrá abajo con las próximas lluvias. Mi propia cosecha ya se ha echado a perder este año, pero el árbol no tiene la culpa de que sus raíces se hayan deshidratado.
Titania comprendió que Ekara no estaba salvando su sustento, sino protegiendo a su comunidad y al suelo terroso en general. Ése era el desinterés puro, la sustancia de la humildad que florecía en el "barro" de la desidia personal.
El hada se acercó al Corazón de Madera y alzó la Llave del Compromiso mientras sentía el vínculo de la Arborigenia latir débilmente, invocando el catalizador.
—Ekara —dijo Titania, con una voz ahora firme—, he de pedirte un favor. Uno muy simple, pero fundamental.
Ekara la miró con calma, sin cuestionar la solicitud de la maga.
—Toca esta piedra de ámbar.
Ekara se acercó con cuidado y posó su mano, rugosa y sucia de tierra, sobre la superficie opaca del Corazón de Madera.
En el preciso instante del contacto, el Olvido que cubría la esfera se desvaneció con un silbido apagado. El Corazón no se limitó a brillar; se encendió con una luz ámbar profunda y vivaz, emitiendo un pulso de energía cálida que se extendió por toda la cañada. Las pocas hojas del tilo exhausto se enderezaron, adquiriendo un tono verde espléndido, y el reseco riacho comenzó a fluir con mayor caudal de agua.
Ekara retiró la mano, maravillada.
Titania levantó su varita. La Llave del Compromiso, al sentir el flujo de energía restaurada, había absorbido la nobleza del acto de la buena campesina. En la punta de la varita, la segunda muesca se iluminó con un destello dorado.
—Has activado la fascinante utilidad de la sana gracia, Ekara. Tu voluntad loable ha salvado este punto cardinal del bosque. Dijo Titania.
—Solo usé lo que realmente necesitaba: agua —respondió Ekara con una sonrisa tranquila. Y, sin esperar ninguna retribución ni elogio, inclinó su espalda humildemente para seguir despejando el canal.
Titania sintió el peso de la responsabilidad aligerarse con ese encomiable triunfo. Había cumplido la primera parte de su misión. Ahora, con dos muescas activas en su varita, podía sentir el vínculo con la Arborigenia con mucha más nitidez y potencia.
Observó el mapa de musgo. El Corazón del Oeste ya brillaba con firmeza.
Quedaban tres corazones más por encontrar. El próximo punto, según la resonancia de la varita, indicaba el Norte, allá en los fríos límites del valle, un lugar donde la soledad y la dureza del clima podían alimentar fácilmente la desesperación.
Mientras se elevaba para reanudar su viaje, Titania captó el nuevo rumbo que claramente le marcaba la oscilación de su varita.
*Autores: Nelaery & Salva Carrion
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Autor:
Salva Carrion (
Offline) - Publicado: 3 de diciembre de 2025 a las 10:43
- Comentario del autor sobre el poema: Autores: Nelaery & Salva Carrion
- Categoría: Sin clasificar
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