Yo no estuve ahí cuando te quebraron la infancia,
cuando tu papá golpeó paredes
y tu mamá se deshizo como ropa vieja.
No supe de cinturones,
ni de habitaciones donde el silencio gritaba.
Eso me lo contaste después,
entre sorbos de café
y lágrimas que fingías que no eran tuyas.
Yo solo te conocí ya rota,
pero maquillada,
con ese brillo extraño en los ojos
de la gente que lleva demasiado peso
para tan poca espalda.
Siempre te dije:
“Eres linda. Eres más que esto. Mereces algo mejor.”
Un mantra que repetía
porque tú nunca me creías.
Porque cada cumplido se estampaba
contra esa pared invisible que te dejaste construir.
Yo no me llevaba bien con él
—con el papá de tu hijo—
ya lo sabes.
No porque fuera malo,
sino porque tú te convertías en sombra a su lado.
No eras tú.
Era otra:
Complaciente, pequeña, correcta.
Como si te dieran permiso para existir
solo si no hacías ruido.
Yo te dije que te amaras,
que te fueras,
que respiraras por fin.
Tú lloraste,
dijiste que sí,
y volviste a la misma casa,
al mismo domingo,
al mismo “mañana puede ser”.
Hasta que apareció él.
El nuevo.
Ese que olía a novedad,
a adrenalina,
a promesa fácil.
Yo vi cómo te brillaron los ojos,
cómo te enderezaste la espalda,
cómo ese niño te hizo sentir joven
en un lugar donde siempre fuiste vieja.
Y sí…
te lo dije:
“Es tierno, te hace reír,
pero cuidado.”
Porque lo vi.
Lo vi antes que tú.
Vi esa sombra en su mirada,
esa hambre de posesión,
esa sonrisa que quiere ser jaula.
Vi cómo te llamaba cuando estabas conmigo,
como si necesitara marcar territorio
hasta en tu respiración.
Pero tú estabas cansada,
querías vivir algo tuyo,
sentir por fin que la vida
no era solo aguantar dolor heredado.
Y te fuiste con él.
Meses en los que te perdí.
Porque dejaste de responder,
dejaste de contarme,
dejaste de mirarte al espejo sin pedir permiso.
Te creías fuerte,
pero estabas mareada,
suspendida entre lo que querías
y lo que te destruía sin que lo notaras.
Cuando me hablaste del padre de tu hijo,
cuando dijiste:
“Es que él es mi lugar seguro”,
yo entendí.
Entendí que nunca dejó de ser tu casa,
aunque la casa estuviera llena de grietas,
aunque caminaras sobre vidrios.
Él era el mapa
y el nuevo era la fuga.
Pero tenias que vivirlo tú,
nadie lo haría por ti.
Yo solo lo veo de afuera,
y no te mentire
Algo dentro de mí disfruto verte así.
Con dudas, como un día yo lo estaba.
Y yo,
Estaba realmente,
diciéndote la verdad que querías escuchar.
O solo quería generar caos y crear una copia de mi,
De mi vida.
Yo sé lo que viví.
Yo sé de amores que asfixian,
de hombres que te aprietan hasta hacerte creer
que tú eres el problema.
Por eso te aconsejé.
Por eso te dije que jugaras con fuego
cuando ni siquiera habías apagado brasas viejas.
Pero tú…
¿siempre haces lo que quieres?
Yo soy tu amiga,
no tu guardiana.
Solo puedo mirar,
acomodar tus pedazos
cuando vienes llorando,
y repetir, aunque ya no me creas:
“Eres linda. Mereces algo mejor.”
A veces quisiera sacudirte.
A veces quisiera abrazarte.
A veces quisiera alejarme
para no ver cómo te...
en historias que no terminan bien.
Pero aquí estoy.
Aquí sigo.
Porque aunque no sé todo lo que viviste,
sé lo suficiente para entender
que tú no necesitas más castigos.
Necesitas descanso.
Necesitas verdad.
Necesitas encontrarte.
Y cuando lo hagas
—si lo haces algún día—
sabrás que yo estuve aquí,
sin aplausos,
sin héroe,
solo amiga.
La que no te salva,
pero tampoco te suelta.
-
Autor:
Kenneth (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 2 de diciembre de 2025 a las 05:36
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 6
- Usuarios favoritos de este poema: Fabio de Cabrales

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.