Se descubrió perdido (6)

Fernando Di Filippo

Capítulo II: El lector

El libro lo llamó.
No lo invitó ni lo sedujo: simplemente dejó caer una palabra —una sola— en su memoria, como un nombre olvidado.

El lector no supo cuándo empezó a leer. Tal vez llevaba años, o tal vez la historia siempre lo había esperado como se espera a un heredero tardío.

Las páginas no eran hojas sino superficies vivientes, y cada una parecía observarlo.

Él intentó mantener la distancia, la cómoda superioridad del que cree que leer no tiene consecuencias.
Pero algo falló:

Las palabras comenzaron a responderle.

Al principio fue un temblor.
Luego una frase aislada, impresa en un margen como un susurro:

“Te veo.”

El lector cerró el libro de golpe.
Sintió la vergüenza instantánea de quien fue atrapado espiando algo sagrado.
Respiró. Lo abrió de nuevo, buscando la cordura del papel y la tinta.

No estaba allí.

El vacío donde debería estar la frase le devolvió un silencio irónico.

Siguió leyendo, casi a pesar suyo. Las líneas narraban el ascenso de un personaje que había reclamado el título de Autor y luego la caída inevitable al descubrirse ficción.

El lector sonrió con arrogancia intelectual:
—Una metáfora —pensó—. Un artificio literario.

Entonces llegó una nueva línea, fresca, como recién escrita:

“No es metáfora. Es advertencia.”

El lector sintió cómo el corazón le martillaba el pecho.
Miró alrededor: su cuarto, sus libros, la lámpara tenue… nada se movía.
Pero la historia lo estaba mirando.

Pasó la página.
En el centro, con una tipografía extraña, lo esperaba una frase como un saludo:

“Bienvenido, lector. Tenías que llegar.”

Una sombra —no afuera, sino dentro de su mente— empezó a formarse.
Comprendió, con horror creciente, que el laberinto no era un lugar físico ni un destino del protagonista.

Era un sistema.
Y cada sistema necesita espectadores.

Las paredes blancas del cuarto se curvaron. No hacia dentro ni hacia fuera, sino hacia un punto imposible.
El lector extendió su mano para cerrar el libro…
y descubrió que la tapa se había vuelto espejo.

Su rostro estaba allí.
Pero no era un reflejo: era una versión más vieja, más cansada, escrita con líneas de tinta.

Intentó decir: no quiero entrar.
La superficie tembló.
Y una última frase se imprimió sin su permiso:

“Demasiado tarde.”

El libro se abrió por sí solo.
Y el lector, como todos los personajes destinados a serlo, cayó dentro.

 

Capítulo III — El lector intenta reescribirnos

( Continúa )

 

 

Fernando Guerra

01 12 2025

  • Autor: Fernando Guerra (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 1 de diciembre de 2025 a las 00:33
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 2
  • Usuarios favoritos de este poema: Fernando Di Filippo
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