La Percepción

La percepción es un puente que nadie ve,
un hilo silencioso que teje el mundo
desde los ojos hasta el alma.
No es mirar: es interpretar,
es darle sentido al misterio
que late detrás de cada forma.

Es un reflejo escondido en lo cotidiano,
un susurro que nos cuenta verdades
que a veces no queremos escuchar.
Porque percibir no es solo ver:
es sentir lo que vibra detrás de la sombra,
lo que tiembla en el borde de un gesto,
lo que calla una palabra que no se dijo.

La percepción construye mundos invisibles,
abre puertas donde otros ven paredes,
encuentra caminos donde todos ven finales.
Es la alquimia de la mente,
la magia que convierte un instante simple
en un universo gigante.

A veces engaña, a veces salva.
Nos puede mostrar un abrazo
donde había distancia,
o revelar una distancia
donde fingíamos un abrazo.
Pero aun así, es el faro
que ilumina lo que somos
cuando nadie mira.

La percepción es un espejo delicado,
que cambia según el latido,
según el recuerdo,
según la herida,
según el sueño que nos sostiene.

Hay quien percibe tormentas
en el más azul de los cielos,
y hay quien encuentra arcoíris
en la noche más cerrada.
Cada corazón interpreta la vida
con su propio idioma secreto.

Por eso, percibir es un arte:
mirar al otro y descubrir su alma,
sentir el peso de sus silencios,
leer en sus ojos historias
que jamás se dijeron en voz alta.
Y también es un acto de valentía,
porque ver de verdad
significa dejarse transformar.

La percepción es el puente
entre lo que somos
y lo que podríamos llegar a ser.
Una ventana abierta al mundo,
pero también un espejo
que nos devuelve, sin filtros,
nuestra propia verdad.

Y al final, percibir es amar:
reconocer lo profundo,
honrar lo invisible,
y entender que todo cambia
cuando se mira con el alma despierta.