El pedido del abuelo

Silvana Ibáñez

Sentada frente al hospital, luego de una noche de idas y vueltas —como solo lo saben quienes tienen a un enfermo internado en un lugar así—, me quedé mirando el amanecer sin verlo. Era un hospital de pueblo: con falta de insumos, enfermeras impacientes, médicos agotados que no alcanzan a explicar con claridad una situación. Pero también era un lugar donde nacía la solidaridad:
el que te da una manta contra el frío, el que te presta una silla antes de que sepas que la necesitás, el que ya aprendió a convivir con la incertidumbre y te ofrece consuelo.

Ese hospital donde las paredes se descascaran, donde conviven el dolor y la esperanza.

Ahí estaba yo, con mi pantalón más cómodo, la camisa desalineada, el cabello revuelto y los restos del maquillaje del día anterior, que dejaban mis labios con un tono extraño. Ni recordaba si me había visto al espejo. Frustrada, impotente, me dejé caer en la silla, vencida por el cansancio y los pensamientos.

Sentí que alguien se sentaba a mi lado. Al levantar la mirada, lo reconocí.
Hacía años que no lo veía.

Era el abuelo de mis hijos.

El hombre tenía una complexión robusta, un abdomen prominente y un rostro redondo de facciones suaves. Su cabello, muy corto, seguía siendo negro, con apenas algunas canas, a pesar de sus más de setenta años. Vestía una camiseta polo azul oscuro, metida dentro de un pantalón de vestir. Estaba igual que la última vez que lo vi, aunque habían pasado dos décadas.

Traía su sonrisa afectuosa, su mirada profunda… ese cariño firme y tierno a la vez. Pero ahora brillaba con una luz interior que nunca le había notado.

Me abrazó con sus brazos paternales.
Aún hoy puedo sentir la protección de aquel abrazo.
Me sostuve en él y, mientras pasaban los segundos, su energía parecía devolverme fuerzas.
Si alguna vez dudé del poder de un abrazo, ese día dejé de hacerlo.

Cuando recuperé un poco de calma, habló:

—Reza por mí.

Su frase me atravesó.
Recordé tantas cosas, situaciones vividas con él… y lo más impactante: él ya no pertenecía a este plano.
Pero no sentí miedo. Lo escuché.

—Estoy próximo a llegar al cielo —continuó—, pero necesito que recen por mí un poco más. Y quiero que sepas algo: si rezas por mi alma y por las almas del purgatorio, estarás rezando también por la tuya. Y tu paso por ese lugar será breve.

No pude responder.
Solo empecé a rezar un Padre Nuestro mientras él comenzaba a desdibujarse.
Fue entonces cuando comprendí que estaba soñando. Aun así, no dejé de rezar.

Desperté y seguí orando: por su alma, por la de tantos que esperan… y por la mía.

Hoy creo que, si llegaste hasta aquí, es porque el mensaje también era para vos.
Rezaré por tu alma.
Y si crees, te pido que reces por ellos que aguardan, por ellos, por mí y por vos.

 

© 2025 Silvana Ibáñez — Todos los derechos reservados.

  • Autor: Silvana Ibáñez (Offline Offline)
  • Publicado: 26 de noviembre de 2025 a las 09:40
  • Comentario del autor sobre el poema: Fue un sueño, lo quise compartir, quizás para alguien también tenga un significado.
  • Categoría: Religioso
  • Lecturas: 1
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