Señor…
Señor, quizá exagero.
O quizá es que los años me han vuelto lento para recordar la felicidad
y rápido para sentir la ausencia.
La vejez tiene un modo extraño de hablar:
susurra silencios, pesa en los huesos
y ahonda los vacíos que van dejando quienes alguna vez colmaron la casa de voces.
A veces creo que estoy demasiado viejo
para reclamar presencias
o para pedir compañía.
Uno aprende, con el tiempo,
que el amor también se expresa en la distancia
y que los hijos vuelan porque así debe ser.
Por eso, Señor, me alegra cuando no me visitan,
cuando no llaman, cuando ninguno pregunta por mí.
No es indiferencia: es alivio.
Es la certeza de que están bien,
de que avanzan en su vida sin necesitar mi hombro cansado
ni mi palabra gastada por los años.
Lo que realmente me inquieta
es cuando vienen.
Porque conozco ese tono en la voz,
ese silencio en la mirada.
Sé que, cuando llegan,
quizá necesitan algo de mí:
un consejo, un abrazo, un favor,
o simplemente un refugio al que puedan volver
aunque ya no viva en él la fuerza de antes.
Y aun así, Señor,
dame la serenidad para aceptar la soledad que llega sin anunciarse,
y la sabiduría para entender
que el amor de un padre no se mide por las visitas,
sino por la paz que deja en el camino de quienes ayudó a crecer.
Que mis hijos encuentren luz,
aunque yo me quede en la penumbra del silencio.
Y que, si algún día vuelven por mí,
pueda recibirlos sin reproche,
con la misma ternura con la que los vi nacer.
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Autor:
Elisain Maldonado M (
Offline) - Publicado: 25 de noviembre de 2025 a las 16:15
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 1

Offline)
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