Entre Dos Mundos

Luis Barreda Morán

Entre Dos Mundos 

Bajo la neblina que desciende de los anuncios luminosos,
camino por aceras agrietadas donde la ciudad muestra sus heridas,
entre sombras que se mueven con pesadez bajo la luz de los faroles,
oyendo el rumor lejano de sirenas que atraviesan la noche,
mientras recuerdo otro cielo, más cálido y familiar.

Las personas sin hogar construyen refugios con cartones y sueños,
envueltos en mantas que huelen a frío y a olvido,
sus miradas perdidas en el tráfico que fluye sin detenerse,
sus historias escritas en las arrugas de sus manos temblorosas,
formando un país silencioso dentro de la gran urbe.

Estoy lejos de la casa donde crecí entre risas y conflictos,
de la tierra colorada que cultivaban mis antepasados con esfuerzo,
del sonido de la lluvia golpeando los techos de zinc en octubre,
de los mercados llenos de colores y de voces conocidas,
de ese pedazo de mundo que llevo tatuado en la memoria.

Mi voz arrastra ecos de montañas y de valles profundos,
mi lengua tropieza con sonidos que no son bien recibidos,
las conversaciones cotidianas se me escapan como peces rápidos,
quedándome solo con el silencio incómodo de no pertenecer,
sintiéndome forastero en cada esquina, en cada intercambio.

Los edificios elevan sus estructuras de cristal hacia las nubes,
mientras abajo la vida se desgrana en pedazos pequeños,
gente sin techo busca calor junto a rejillas que exhalan vapor,
sus pertenencias amontonadas en carritos de supermercado,
formando un paisaje humano que muchos prefieren ignorar.

Pienso en aquellos que duermen en bancas de parques públicos,
arropados con periódicos que cuentan noticias ajenas,
sus sueños poblados de fantasmas y de esperanzas rotas,
mientras la ciudad sigue su marcha indiferente y veloz,
girando alrededor de su dolor sin detenerse nunca.

Las luces de neón parpadean mensajes en código secreto,
iluminan rostros cansados, miradas sin futuro próximo,
hay un olor a comida rápida mezclado con gasolina y miedo,
y el sonido constante de motores que no conocen el reposo,
mientras la luna se oculta tras las antenas de los rascacielos.

A veces recuerdo las calles de tierra de mi pueblo pequeño,
donde todos se saludaban por su nombre y conocían sus penas,
donde las puertas permanecían abiertas durante el día entero,
y la soledad era un visitante ocasional, no un residente,
no como aquí donde el vacío habita en medio de la multitud.

Cargo con un dolor antiguo que no cabe en las palabras nuevas,
con imágenes de mercados llenos de frutas exóticas y colores,
con el sabor de especias que no encuentro en estos pasillos,
con la música que sonaba en las fiestas de la comunidad,
con los olores de la cocina de mi abuela en las mañanas.

La distancia se mide en más que kilómetros o latitudes,
es un abismo entre dos formas de entender la existencia,
entre el ritmo pausado de la siesta bajo el sol de la tarde,
y esta carrera sin fin tras sueños que se desinflan como globos,
entre el valor de la persona y el precio de las cosas.

Y así voy, aprendiendo a navegar este mar de asfalto,
con un mapa incompleto de reglas no escritas y costumbres,
llevando dentro un universo paralelo de recuerdos y añoranzas,
construyendo un puente frágil entre dos realidades distintas,
mientras la ciudad me transforma sin pedirme permiso.

—Luis Barreda/LAB
Los Ángeles, California, USA 
Noviembre, 2025

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  • Autor: Luis Barreda Morán (Offline Offline)
  • Publicado: 25 de noviembre de 2025 a las 01:21
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 2
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