Llego de vez en cuando y de vez en cuando me voy.
No poder pronunciar mi nombre no te excluía
de ser parte de lo más delicioso que hubiere
en las campiñas que azota el viento norte.
Al contrario, si las erres no eran tu fuerte
no tenías que preocuparte, siguen habiendo
millones que no saben como hacerlas y aún
así son felices.
Eso sí, de algo tendrás que lamentarte -y con ello
atarme a tu lamento- y es el no haberte sujetado
de mi mano a la entrada del bosque de los arrayanes.
Ahora seríamos parte de retorcidos brazos de
canela, jugaríamos a ver cuan cerca de nosotros
llegaría el chucao con su picotear receloso y
diligente.
Seguramente por estos tiempos podríamos distinguir
cada trino y así clasificarlos por el color de su
plumaje y el vitorear de sus alas a las brisas.
Tendrías puñados de perfumes tan silvestres y tiernos
como la huella del cervato o el blanquear de margaritas
nacidas a la sombra de cipreses.
Te has perdido ir a la caza de los rayos neblinosos que
rompen el ramaje en la mañana, la persistente llovizna
de la cascada con un obsequio de arco iris en miniatura,
la canción fresca y cristalina del arroyo.
Qué sería del brillar de tu mirada clavada en la ondeada
montaña que reflejan las aguas del lago milenario. Que
paisaje tan hermoso.
Pero está bien. Elegiste quedarte con tu vieja Europa
de adoquines mojados y valses melodiosos que bajan de
las nubes como copos de nieve en un domingo.
Y yo me quedé con la dulzura de un café que sabe a
melancólica poesía y a aplausos que en la penumbra me
propino para no ser menos, para no buscar aquellas
lágrimas que ya no tengo y que he perdido en el
transitar de soles y de inviernos. Te comprendo.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
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Autor:
benchy43 (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 25 de noviembre de 2025 a las 00:13
- Categoría: Amor
- Lecturas: 4
- Usuarios favoritos de este poema: Gustavo Affranchino, William26🫶, Tommy Duque

Offline)
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