Tsoreto 25 - La decisión

Gustavo Affranchino

Último episodio de la 1ra temporada

 

EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA EN...
La decisión


El amor los cubría por completo y brotaba de sus almas luminosas como mares de miel.  Beso tras beso se fundían nadando con placer entre planetas.  Vivían.  En esta nueva vida tan hermosa, vivían.

De repente y armoniosamente, les habló el Señor.  Un sabor a aventura se palpaba entre las brisas espaciales; era un niño, de 8 años, gordito y de cachetes.  En la Tierra, Javier acababa de perder a sus dos padres en un accidente automovilístico y yacía a los pies de un álamo otoñal, sosteniendo dormida entre sus brazos a su hermana de diez meses.

Estaban a diez cuadras al este del camino en el que habían volcado.

Todo sucedió a las seis y cuarto de la mañana, cuando empezaba a dejarse ver el primer penacho de Sol.  El aire respirábase fresco y pintaba de despierta la cara del cielo.  Mamá, papá, Caterina y Javier, habiendo terminado de levantar campamento cuando casi daban las cinco, marchaban cantando alegremente en el jeep azul que solía llevarlos de paseo en las vacaciones.  Papá al volante decidió encarar un viejo puente de madera.  Se veía resistente; como si el paso del tiempo hubiera endurecido los enormes troncos que lo soportaban.  Pero luego de entrar unos metros, el crujido seco de un peldaño intentó arrojarlos al vacío; rompiose bajo la rueda delantera izquierda; el jeep descendió de un tirón tratando de escurrirse por el agujero.  La trompa quedaba ya debajo del piso del puente, cuando mamá rompió con su puño la ventanilla de Javier, cortándose toda la mano, y ayudó a los dos chicos a salir por la ventana, mientras el padre intentaba evitar que el accidente se concretase.

Un segundo después, terminose la resistencia de la añosa madera, el jeep azul se desprendió del puente y viajó verticalmente por el aire hasta estrellarse contra las piedras del tranquilo arroyo que los observaba.

Caterina lloraba abrazada a su hermanito y Javier veía hacia abajo con la boca y los ojos tremendamente abiertos.

Caminando con cuidado se retiraron del puente.  En seguida, ayudado por una soga de varios metros que siempre llevaba amarrada al cinturón, el muchachito afirmó a la niña sobre su espalda como una mochila, ató la cuerda en una saliente y agarrándose de ella descendió por la pendiente hasta el lecho del arroyo.

La corriente era muy suave y aunque resbalaba cada piedra, los chicos no tuvieron problema en llegar hasta el jeep, que moribundo descansaba sobre su abolladísimo techo postizo de chapa.

Los cuerpos de los padres de Javier y Caterina se veían retorcidos.  Contra el parabrisas, abierto y chorreando un fino hilo de líquido, estaba reventado el ojo derecho del hombre.  Su cuello comprimido por el volante, permitía que lo atraviese la palanquita del guiño todavía titilante.  Una tibia quebrada asomaba por la astillada ventanilla.

Del lado de la mujer, surgiendo de entre un revoltijo de piernas y brazos asomaba su puño lastimado.  Semiabierto, cuando Javier lo miraba y dejaba escapar su primer lágrima, el puño pareció moverse, al tiempo que tallaba la chapa un suavísimo gemido, confundiéndose con el alarido de unos buitres hambrientos que se acercaban.

¡Mamá! -comenzó a gritar el niño mientras tironeaba fuertemente de la mano sangrienta.

Tiró y tiró desesperadamente, hasta conseguir que las fibras cedieran y arrancárase carnosamente del resto del brazo cadavérico.

Shockeado, Javier tomó a su hermana con un brazo y, sin soltar el trozo de su madre que sostenía, empezó a caminar alejándose aturdido.

No sentía nada.  Era demasiado para entenderlo.  Debía ser una pesadilla.  No cabía otra posibilidad.

Así llegaron los chicos hasta el pie del álamo donde ahora reposaban.  Todo un día habían permanecido allí, sin comer ni tomar nada y, según les contaba Dios a Tsoreto y Caterina, el futuro que les esperaba si seguían así tirados no era nada bueno.

La misión consistía en lograr de alguna forma que los chicos sobrevivan, valiéndose por sus propios medios.

Los investigadores decidieron analizar el estado de Javier: a juzgar por las largas horas que habíase mantenido despierto y con su cerebro sumamente excitado pronto iba a entrar en un profundo sueño.  Ocurriósele entonces a la perspicaz imaginación de Iemepé, entrar en contacto con el muchacho mientras dormía.  Debería enseñarle varias cosas sobre supervivencia e indicarle la manera de regresar hasta el campamento, que era el sitio habitado más cercano desde allí.

Empezó Tsoreto a planear las cosas para enseñarle, cuando resonó en la celestial mente de Caterina la palabra “campamento”, y luego “supervivencia”; esos temas tenían sabor a su juventud.

Caterina había sido scout desde los trece años, en la rama raider y la rama rover.  Y rover era aquel día en que murió a su vida en la Tierra.  Propuso pues a su esposo que llamaran a Baden Powell, el creador de los scouts, para que fuera él mismo quien enseñara a Javier lo necesario.

Así lo hicieron y siempre listo como siempre, apareció B.P. con las mangas de su alma remangadas y un pañuelo scout al cuello.  Le explicaron la situación y muy pronto, B.P. empezó a formar parte de un sueño bastante real de Javier, que nunca olvidaría.

Al día siguiente, los dos pequeños estuvieron a salvo con sus tíos.

B.P. saludó a Caterina con su mano izquierda y llamándola por su nombre de tótem dio a ambos un mensaje que cambiaría completamente el destino que hasta ahora habían imaginado.

_Ardilla Valiente, nacerás nuevamente en tu antiguo planeta y entre otras, tendrás por misión formar parte de la vida de un grupo de chicas que será cada vez más grande.

Caterina miró a Tsoreto quien le devolvió una sonrisa, y volviéndose a B.P., al tiempo que levantaba su mano derecha dijo:

_¡Servir!

Los esposos se abrazaron profundamente, y Caterina partió hacia la Tierra.

Sin su amor nuevamente, el investigador de la máscara de plata empezó a charlar con B.P..  Quería encontrar alguna cura para ese sentimiento mezcla de ansiedad y soledad que ahora le pesaba.

Tsoreto no debía cumplir en ese momento ninguna misión en especial.  Su esposa nacería pronto en la Tierra y él podría observarla y ayudarla desde el Cielo hasta que volviera.  También sabía que en donde estuviera del Universo, siempre aparecerían nuevas misiones que cumplir; tal vez en la dimensión celestial, tal vez en otro planeta.

Lo cierto era que sentía que allí lo necesitaban.  Y suponía que trabajando al lado de Dios, lograría ser mucho más útil al Bien.

_Cuando luchabas por el Bien en la Tierra, ¿Lo hacías solo? -le preguntó Baden Powell.

_No, bueno; pero ahora estoy más cerca del Señor.

_Nada de eso.  Nuestro Gran Jefe siempre nos acompaña desde más cerca que nadie.  Y vos lo sabés -replicó enérgico B.P.

Tsoreto pensó un instante.

_¿Aceptarías ser mi jefe scout? -preguntó.

B.P. sonrió y asintió _Seguro; estás preparado; sólo tenés que hacer tu promesa.

Y así fue; Iemepé ingresó a las filas del movimiento scout.

Más tarde, pidió a nuestro Gran Jefe la posibilidad de nacer nuevamente en el tercer planeta, unos años antes de lo que lo haría Caterina, para así ser más grande y tener mayores posibilidades de casarse con ella si algún día la encontraba.

_La encontrarás -afirmó el Señor, y lo envió a la panza de su mamá, tres años y medio antes de que naciera su esposa celestial.

Nuevamente en la Tierra, nuestro viejo amigo el investigador de la máscara de plata, seguramente continuará haciendo justicia.

  • Autor: Gustavo Affranchino (Online Online)
  • Publicado: 25 de noviembre de 2025 a las 00:05
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 2
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