Tsoreto 24 - Temple de hielo

Gustavo Affranchino

EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA EN...
Temple de hielo


Infinitamente hermosos meses vivían juntos Tsoreto y Caterina entre las praderas y arroyos cristalinos del Paraíso.  El vuelo de la gaviota más sublime acariciaba de paz, y el celeste inmenso del cielo era de ellos.  Tilir allí podía serlo todo, pero nuestros amigos decidieron volver a la acción, para encender la luz del Bien donde estuviera apagada.

“Padre nuestro danos una misión” -pidió el hombre.

“Por favor” -agregó dulce la mujer.

“Vayan; los estaré cuidando”.


...Indómitos como el viento, tempestaron los profundos y cada vez más escabrosos senderos que conducían a la cuna del mal.  Llamaradas de fuego ciego ardían ya cerca.  Fuego de hiel seca que quemaba más que el Sol y alumbraba menos que el canto profundo de las rocas caídas en las fosas avisales del mar.  Intermitentes escalofríos sarcastizaban la piel, y los colgajos del cadáver más horrendo alfombraban las paredes.  Peste; mugre; espantosos olores del tinte más amargo jamás imaginado embebían cada páramo.  Cada rincón.

El calor cortante agudizose y allí, por debajo de sus pies, se extendía el oscuro y silencioso escenario que acababan de pisar.  La calma olía al crepitar intermitente de las llamas entre leños.  Los repetidos chasquidos y el uhm uhm del fuego cuando se lo escucha de cerca creaban una atmósfera especial.  Rayante despegó un puma de lo oscuro, en el salto se hizo tigre, y enfadado su rostro desgarró de un zarpazo la piel de la muñeca de Tsoreto, que ultrarrefléjico acababa de cubrir la cara de Caterina.  Ella lo abrazó bien fuerte, y empezaron a caminar.

La misión era rescatar a San Gabriel, que luchando contra el demonio había quedado atrapado en el infierno.

Avanzaron de a pasitos por uno de los profundos túneles.  Se respiraba con dificultad.  Un fluido negro, viscoso y caliente babeaba del techo.  Más allá de mil suspiros, el gargántico pasadizo ensanchábase violentamente, y transponiendo unos cuantos metros de agua fresca bajo la roca, nuestros amigos emergieron a un paisaje encantador.

Pasto, cielo, nubes blancas y sol.  Era lindo pero muy sospechoso.  Tsoreto temía que estuvieran observando una ilusión creada por el diablo para confundirlos.  Golpeó entonces los árboles, masticó una banana fresca y pidió a su novia que lo pellizcara.  Todas las pruebas demostraban que el lugar que veían era absolutamente real.

Tranquilos, luego de jugar un rato se recostaron en el pasto y el Investigador de la Máscara de Plata comenzó a realizar una profunda inspiración.  Y así, absorbiendo el fresco aire estaba, en el momento en que el firmamento tornose purpúreo, los árboles transformáronse en especie de dragones la atmósfera de paz que Tsoreto inspiraba colmose de polillas y polillones, tres de los cuales se atoraron en sus fosas nasales; empezó a sentir como cientos de ellos revoloteaban mojados en su interior.  Tosió y expectoró hasta calmar su malestar, pero nació en él una terrible desesperación al notar que Caterina había desaparecido.

-¡Señor! -gritó mientras unas carcajadas grotescamente tenebrosas resonaban sobre sus tímpanos y bocanadas de estilizado fuego obligábanlo a correr.  Y escapando, arribó Iemepé al borde de un profundo acantilado.  Abajo, galopaba entre burbujas un río de lava.  A su lado, el calor de las llamas ardía desesperante.  Instintivamente, con ambos brazos formó Tsoreto una cruz, y las llamas se alejaron.  El terreno quedó descubierto.  Las plantas carnívoras e incluso los dragones yacían en el piso completamente chamuscados.

No muy lejos, algo se movía y escuchábanse mordiscos y suaves gritos de dolor.  Para nuestro amigo esa voz era inconfundible: Caterina, con la piel al rojo vivo carcomida por el fuego, estaba siendo devorada por un enorme pájaro infernal.

-¡Noooo...! -quiso correr a rescatarla, mas instantáneamente se derrumbó el terreno terminando con la mujer y dejando aislado sobre la cúspide plana de una gran estalactita al investigador.

Solo, sin casi fuerzas y quemado su rostro, este policía del Cielo logró mutar toda la energía de odio y rencor que se había acumulado en su corazón, a amor, y levantando su ensangrentada mano derecha, decidido a no hacer más mal del que ya les habían hecho a ellos gritó:

-Jesús, perdónalo, el diablo no sabe lo que hace.

Dicho esto, reinó unos segundos un calmo silencio.  Enmudecieron las hogueras y en lo alto, volando con sus enormes alas blancas apareció el ángel Gabriel.  Tsoreto, que ya estaba dispuesto a sucumbir en el infierno, dejó caer al verlo una lágrima de su derretido temple de hielo.  Gabriel subió todavía más alto y se lanzó en picada como un cóndor sumergiéndose en la espesa lava que fluía todavía.

Con los vapores, formose roja la silueta del demonio y tras un amargo quejido sucedido de gritos agudos y maléficos, el diablo se desintegró, al tiempo que San Gabriel emergía de entre la roca derretida, trayendo a Caterina ilesa en sus brazos.

Planeando, sujetó también a Tsoreto, y juntos se alejaron velozmente del abismo aquel, oyendo enormes explosiones a medida que hacían más kilómetros y el infierno iba quedando atrás.

De regreso en la paz del Cielo, los novios celestiales se casaron para siempre.

El Ángel Gabriel los llevó a pasear por una galaxia pequeña, colmada de maravillosos planetas.  En uno de ellos, de montes azules y hermosas flores, decidieron pasar su luna de miel.

Eternos, Caterina y Tsoreto, continuarán haciendo justicia.

  • Autor: Gustavo Affranchino (Offline Offline)
  • Publicado: 24 de noviembre de 2025 a las 00:04
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 2
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