¡Ay suplicio, mi flor de adoquines y quejas!
floreces entre fragor y caos, que no me dejas.
Esta urbe anónima, sin nombre en la gaceta,
se consume en un bullicio de alma incompleta.
Soy nota disonante en la escala de sus gritos,
prisionero de sus muros, de sus ritos,
un insecto de cristal sobre el papel de estraza,
atrapado en la anarquía de esta vil amenaza.
El viento arrastra un lamento, aceitoso olor y rutina,
en sus esquinas de miseria, donde el sueño se arruina,
y cada ladrillo un suspiro, cada grieta un lloro,
el gentío es una mancha, un rebaño sin decoro.
El semáforo parpadea, un ojo ciclópeo y tuerto,
contemplando cómo muero, o cómo estoy ya muerto.
El grafitero ha pintado un dios de ojos saltones,
bajo el puente donde anidan mis negras pulsaciones.
Mi alma es un bar sin cliente, con neón que no destella,
y el ruido es un licor barato, que atrapa y atropella,
¡Oh, ciudad extravagante, de cien mil bocas huecas!
que me engulle, me procesa, me arroja sus fonotecas.
Soy el verso inconcluso, la sombra que tropieza,
bajo la luna de lata que adorna tu cabeza,
y en tu danza de mendigos, de ratas y motores,
mi agonía es un ballet entre sublimes escritores.
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Autor:
Leoness (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 23 de noviembre de 2025 a las 07:52
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 1

Online)
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