EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA EN...
El reencuentro
La cúspide de aquella etapa palpose cierta. Tsoreto había dejado aquel frígido y sombrío sótano del hotel, y empezaba, profundísimamente embebido en la calidez de ese momento eterno, a viajar hacia la Libertad de su nueva etapa. Atragantaba a la nostalgia ese sentir hermoso con que nadaba; ese sentir que le recordaba algo pegoteado a la mitad del comienzo de su nostalgia atragantada. Algo grande. Más grande que la Luz hacia la que viajaba. No. Igual de grande. Sí. Infinito. Infinito como infinitos albas.
Acolchonose. El trayecto inmenso, la caricia suave de una velocidad enorme que lo llevaba fiel a su desear y la dimensión sagrada cada vez más cerca. La décima dimensión supongo. O la once.
Ya quiso llegar. Y llegó. Se sentó al lado de Dios, de aquella luz inmensa y, libre, comprendió mil misterios. Amigo del Bien, como siempre, Tsoreto vio a su alrededor y observó que en todo el Universo, en cada rincón, respiraba la luz de Dios. Mirose adentro suyo y sonrió. “Esta es la Luz de Cristo y yo la haré brillar”. Sí; era luz su alma.
Se paró, caminó unos pasos y encontró distribuidas en el lugar a millones de almas. Pero no era lugar; era felicidad. La felicidad perfecta cumplía el papel del lugar tridimensional que existía en la Tierra.
La paz se oía como una inmensa tibieza.
Y creyéndose pleno sintió que no lo era aún. Escuchó entonces la voz más hermosa que conocía y se excitó ansiosamente su corazón. Comenzó a buscar desorientado; empezó a desesperar queriendo encontrar esa voz y María, cuidándolo como siempre lo había hecho durante la etapa anterior, lo tomó tiernamente del hombro, acarició su rostro descubierto y le indicó el suelo a sus pies.
Tsoreto agachó su mirada y un destello argentino templó el sur del firmamento; como una pequeña estrella. Era la Máscara de Plata que se mecía recostada en el piso.
Achinó los ojos en sonrisa, se agachó y tomó la máscara por el borde. Pero cuando estaba levantándola, se frenó de repente mientras veía el brillante metal de la cavidad interior de la máscara, justo por debajo de la perforación para la nariz.
¡Era ella!
Vibró estallando de amor cuando recordaba de quién era esa voz, levantaba su torso luminoso y, ahora sí pleno, corría al encuentro de la única mujer que había amado en su vida; la misma que cuando jóvenes, había grabado un corazón en la parte interior de la máscara que su novio usaría esa noche en una fiesta de disfraces; la misma que unas noches más tarde cubriría el pecho de su novio con el suyo, salvándolo del filo de un cuchillo delincuente que ponía fin a su etapa en la Tierra.
Tsoreto y Caterina se unieron ahora eternamente y comenzaron a vivir mucho mejor esta nueva etapa.
El investigador recordó entonces el sentimiento inmenso que empezó a percibir cuando se acercaba al Paraíso: era amor, de lo que está hecha la energía divina.
Ahora desde el Paraíso, juntos Tsoreto y Caterina descubrirían nuevas y peligrosísimas misiones, y los investigadores de la máscara de plata, continuarían haciendo justicia.
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Autor:
Gustavo Affranchino (
Online) - Publicado: 23 de noviembre de 2025 a las 05:39
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 1

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