El olvido abrió su caja
y el ocre de tu cabellera muerta
sangró sobre mis manos.
Era tristeza antigua,
hecha de aguijones de madera,
pesados como los días
que ya no regresan.
Nadie habló,
nadie osó consagrar tu nombre:
solo sombras torcidas
de ocasiones solemnes
que ahora se pudren
en los rincones de mi memoria.
Allí quedó nuestro amor,
devorado por el silencio,
por el peso de una oración
que hiere más que cualquier despedida.
Conocimos el frío sin refugio,
y donde una vez hubo fuego,
crecen ahora cadenas,
oxidadas, inmóviles,
hundidas en tierra húmeda
y en piedra sin rostro.
Los hilos de luz que alguna vez
nos guiaron,
hoy son apenas polvo en el aire,
perdido en un cielo vacío
que ya no recuerda tu forma.
Los dejé ir.
Sin lágrimas.
Porque el llanto era un lujo
en la oscuridad del alma.
Y comprendí al fin
que no eran los objetos lo que pesaba,
sino la nostalgia
que aún me mordía por dentro.
Y aun así,
en lo profundo—
como una herida que respira—
permanece una llama.
Pequeña.
Pero negra.
Y viva.
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Autor:
SusanaS (
Online) - Publicado: 22 de noviembre de 2025 a las 22:07
- Categoría: Gótico
- Lecturas: 1

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