EL AMOR A LOS SESENTA Y TANTOS

William26🫶

EL AMOR A LOS SESENTA Y TANTOS
(Wcelogan)

 

No era asunto de tiempo,
ni de arrugas que colecciono
como sellos en liquidación.
Era el ardor —sí, ese—
que despierta si me hablan
con voz de medianoche,
prometiendo un incendio discreto:
sin bomberos, sin sustos,
sin cardiología de por medio.

Me ofreció un dulce sin azúcar,
con su mordida marcada en la orilla.
No era romance de cine,
era la sala del Seguro Social,
esperando turno juntos
por las pastillas “de mantenimiento”,
donde el amor —si se asoma—
llega con bastón y agenda médica.

—¿Le duele algo? —me guiñó,
como si el sí viniera impreso
en mi rodilla derecha.
Y claro que dolía.
A mi edad, si nada duele,
es que uno ya entregó el equipo.
Pero igual me enderecé:
digno, invicto,
vibrando cual antena en tormenta.

Nos vimos tres veces.
Le llevé flores digitales
(el polen me convierte
en trompeta desafinada).
Ella, mujer sabia,
me enseñó posiciones seguras
para veteranos del deseo:
la cucharita preventiva,
el misionero con almohada,
el “no te muevas mucho
que después no me levanto”,
y el mítico salto del tigre
—rebautizado ‘salto del gatito’
para evitar lesiones…
porque, a estas alturas,
el único rugido confiable
es el de la cama—.

Entonces llegó ella: la azul,
heroína silenciosa que levanta
lo que la gravedad archiva.
La partí por la mitad
—ya no estamos para grandes epopeyas completas—
y aun así sentí al corazón
marcando el 9-1-1 por su cuenta.

Volaron mensajes atrevidos,
con emojis que mi nieto jura
que no significan eso.
Pero el pecado ya viajaba por WiFi.

No era amor,
era milagro químico.
Y yo, devoto, oficié la liturgia
mientras la cadera hacía crac-crac-crac,
metrónomo cansado
pidiendo jubilación.

Ahora dice que soy peligroso,
un semental con andadera,
que mi voz es tentación con receta,
que le subo la presión
“pero de la buena”,
y que debería venir
con advertencia oficial:
“uso bajo supervisión médica…
y propenso a reincidir.”

A veces dice mi nombre
cerquita de mi oído,
y me late una nostalgia feroz
del macho alfa que fui,
ese que ahora vive
de cicatrices viejas
del orgullo pensionado.

No le cuento la verdad:
que antes de cada cita
tomo analgésicos, un antiácido,
media pastilla azul
y caliento como atleta olímpico
en franca decadencia.

Ni que guardo su sonrisa en la memoria
por si algún día,
cuando cierren el cuerpo por inventario,
me toque pecar de nuevo…
con ayuda química asistida, respiración profunda
y una fe renovada,
peligrosamente enamorada.

  • Autor: Wii (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 22 de noviembre de 2025 a las 00:02
  • Categoría: Reflexión
  • Lecturas: 2
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