Siluetas del silencio

Tenerte en mis brazos es como encontrar un rincón donde el mundo deja de correr. Me gusta sentirte cerca, completa, porque cuando no estás, todo se vuelve un poco frío y los días buenos se desarman sin aviso. A veces pienso que, si supiera cómo ser lo que esperas, quizá alcanzaría esa forma en la que podrías quererme… esa forma que, poco a poco, veo apagarse como una luz cansada.

Lo que siento por ti no se rinde: insiste, permanece, casi porfiado. Pero lo que tú sientes por mí… cada día parece más distante, más suave, como una voz que ya no se escucha igual. Y yo aquí, intentando recuperar quién fui, quién soy, quién seré, sin entender por qué mi corazón depende tanto del tuyo, ni por qué me da miedo amarte más sabiendo que en tus manos guardas la parte más frágil de mí.

No puedo pensar porque te quedaste viviendo en mi cabeza. Y daría lo que fuera por tener un lugar en la tuya, pero presiento que ese espacio ya está ocupado. Si fuera un poco más valiente, te diría todo lo que me guardo, aunque eso significara perderte. Y aun así sigo aquí: queriéndote, deseando que tú también me quieras, sosteniendo este “nosotros” que existe a medias, como esas historias que nunca se terminan de escribir.

Día tras día sigo jugando al juego del dolor, disfrazando mis heridas con un poco de calma, con un poco de esperanza, con un poco de ti. Me besas con una seguridad que me desconcierta, con una certeza que a veces me hace creer y otras me hace retroceder. Pero sigo aquí, mirándote, cuidándote, tratando de entender este laberinto: por qué tú, por qué yo, por qué lo que somos y lo que no seremos; por qué temo rendirme un día cualquiera, sin aviso.

Porque él no te desea como yo te deseo, no te anhela como yo te anhelo, ni te mira como yo te miro.

Pero tú… tú lo miras como yo te miro a ti. Y sigues caminando hacia su sombra, mientras yo me quedo quieto, haciéndome silencio, intentando ser una luz que titile en tus ojos color  pechiche.