Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.
Todo empezó un miércoles cualquiera inmediatamente antes del mediodía, cuando el bullicio matinal cesa, sin más se va, y vuelve convertido en un revoloteo de mariposas ficticias, en un levantamiento de pétalos imposibles, en una vibración armónica que excita al extremo a todos los colores, exceptuando casi siempre al pulido azabache, al negro metálico de la noche. Era primavera, y había una mínima brisa, una primorosa brisa, una brisa refrescante en aquella mañana levemente sofocante, anticipo de un arduo verano, un viento joven meciendo tanto las hierbas verdes y vivas, al borde de la calle inerte y descolorida, como también los pensamientos dentro de sus crisoles cuánticamente entrelazados, espacios desangelados donde la imaginación ahora encontraba su estación propicia, su oportunidad de brotar al fin tras una larga temporada de bloqueo creativo. Se puso a escribir, incitado por el difuminado resplandor de un sueño erótico, malsano, erosivo, como un amorío estéril y duradero a regañadientes, arrastrando hasta su neurálgico corazón esa sensación de necesitar algo más que la nada habitual, y algo surgió de pronto, igual a la caída de un rayo en terreno árido, al haber sido invocado por la luz del alba reflejada, devuelta alterada através de la superficie transparente de sus ojos brujos, y sin saber ni el cómo ni lo que estaba formando en ese sepulcral vacío que ya lo había abrumado demasiado (días y noches; cadena de tiempo; atracción funesta hacia un centro abierto como las fauces de un famélico caimán; cadencia presumiblemente irreversible), como si estuviera siendo presa de un conjunto de divinas musas grandilocuentes, todas juguetonas, y, para colmo, ebrias de ambrosía, como locas despiadadas sin mostrar respeto alguno por la pueril animosidad humana, a juzgar por lo susurrado a sus oídos, que era y no era una historia bizarra, era una reflexión redentora, catártica, era una burla sarcástica, o quizás ni eso, sino una manzana emponzoñada envuelta en telarañas, un autoengaño mantenido a voluntad, tercamente obstinado para consigo mismo, que requería respuestas que ni en otra vida le serían otorgadas a él, al paroxismo del arquetipo del mentalista introvertido, tergiversando a conciencia cada nuevo desenlace mientras asolas, a propósito de su inocencia, delinquía mintiéndose como hubiese debido un ser único que tuviese para sí el universo infinito durante una eternidad tan vasta y reticular, compuesta de tantas concatenadas dentro de las rutilantes escamas de la gran serpiente espiral, que era como para producir inevitablemente un big-bang, o, descrito de manera más empírica, despertar de verdad a aquella mañana surreal, despues de haber falsamente comenzado con otra de sus vigilias haciéndose el durmiente para escurrirse el riesgo inasumible de oír el sobresalto de la alarma, como el burbujeo hirviente de la leche mutando en blanco vapor
Ante él se estaban abriendo nuevas sendas inequívocas. No ante él precisamente, pues en tal caso se sabía otro, habiendo asumido una identidad alternativa para compensar las horas transcurridas sin pausa ni dinamismo, y dichas sendas se parecían más bien poco a la calle inerte y descolorida a la que dirigía, distraída un instante, la mirada de sus ojos brujos, sin siquiera verla, sin captarla tal cual, sin retener en las retinas más imagen que la que era proyectada por las silenciosas, hipnóticas voces de las musas en su cabeza a modo de pantalla de cinema
Estaba una preciosa mañana de abril, o mayo, no recuerdo bien, pero creo que era primavera: filas de flores trashumantes transcurrían paralelas a las sendas comarcales, por entonces no tendría más de nueve años y medio, supongo. Madre, cantando con su voz melodiosa y meliflua y abriendo la ventana al lado de mi oreja izquierda, me despertó temprano para mandarme a cumplir con un urgente recado para el boticario, que era quien penosamente la mantenía con vida y vigor a pesar de su reciente viudez, pues mi padre había muerto un año atrás, aunque yo creía que volvería cuando arreglase unos asuntos pendientes con el gobernador local (cosa que deduje de las conversaciones que mantenía a media noche con Madre). Le llevé al boticario la nota, que me resultó completamente ilegible, ya que había abandonado la escuela antes de comenzar con las enseñanzas de lengua. Lo que mejor recuerdo del señor boticario es su mirada de sapo, el monóculo en uno de sus redondos ojos, y su denso y espeso bigote, que se movió con un aire de desagrado tras haber leído lo escrito en el papelito, es más recuerdo que al día siguiente se fue para siempre de la aldea, lo que dió mucho que hablar en las cantinas y fue el chisme particular de las abuelas y de las bisas en las sobremesas durante aquella veraniega primavera, y creo que nunca volvió a dejarse ver por aquí aquel híbrido mostachudo
Nuevamente la ensoñación fue rota, arrancada, vapuleada por una repentina estampida de sonidos pandemoníacos y ronroneo de motores agonizantes, y relojes haciendo tic-tac, tic-tac, y ambulancias y coches patrulla y camiones de bomberos en miniatura con los que un niño juega sobre un patio de pulidas baldosas rojas y negras, similar a un tablero de ajedrez no exento de piezas, de piezas singulares cuyos patrones de juego se ajustan a reglajes micro y macrocósmicos o incluso en ocasiones extraordinarias van por libres, aún cuando tanto ruido casi impide que sea desencadenado el pensamiento propio en la insondable profundidad de la conciencia impersonal
En la flamante terraza de un pub suburbano, una noche de sábado, un embrollo de conversaciones intrincándose entre el aire viciado por los humos opiáceos y los alientos etílicos. Tío, tienes que probarla, siempre estás tan reservado, esta droga no es como a las que estás acostumbrado, ésta te abre, no te arrincona, no te empuja a la esquina como una profe quisquillosa, esta droga te abre el corazón, te hace más hippie, pruébala y ya verás como al momento consigues ligarte a una como esa o a una más cachonda, no me jodas, mírame a mí, que tengo a las que quiero y deseo, pero bueno ya sabes cómo son las mujeres, sobretodo las jóvenes, las muy jóvenes, últimamente estoy abandonando mis relaciones, y miran que me llaman y me mensajean, pero siento que no es el momento, que tengo que ubicarme en mí mismo por una vez, que ya hace que no lo hago, por eso me ves aquí fumando este canuto a escondidas, en este antro donde solo acuden los cuatro vecinos de siempre más otros cuatro o cinco que vienen solo algunos fines de semana como el presente con la única intención de ligar, aunque no lo consigan jamás, aquí yo entre tales individuos contemplando las comedias, los dramas en los que actúan, obviamente, para escapar de la rueda de la coballa, de las rutinas que han escogido o les han escogido otros hombres o el destino, de la celda sin ventana y sin posible escapatoria. No, ella no suele ponerse nada de maquillaje, dice que eso es para otro tipo de chicas, y yo creo que se refiere a esas pilinguis que no saben estar sin su maromo, mi hija es una buena chica, y no se deja engatusar por ningún bobo soplagaitas, si ya casi ni sale de casa si no es para ir a la biblioteca, siempre está leyendo unos tochos que a mí me echan para atrás, yo leo de vez en cuando pero si el libro es muy largo nunca consigo acabarlo, necesito cambiar, leer otra cosa o ver una revista de moda o cotilleos, hablando de cotilleos, me enteré de que una de las hijas de la princesa, la menor de las dos, anda enamorada perdida de un jugador de tenis, de ese que se ve mucho en las noticias cuando dan los deportes, dios cómo se llama, lo tengo en la punta de la lengua, como la sal y el te-quila. Lo deportaron de allí, y él intentó huir, fue de film noir, todo un thriller, en los bajos fondos chineses, ahora está preso en Corea del Norte esperando juicio, o esperando a que lo fusilen, qué movida, están todos locos por esos lares, todos locos, oye, has visto a ese pavo que está en la barra, sí ahí contra el muro de piedras, lo conozco, aunque no mucho, es Raimundo, un tipo raro de cojones, desentona en este sitio, debería largarse, coger puerta y volverse a su nicho con su chica, si es que no lo ha dejado plantado ahora mismo, aquí solo estamos los parlanchines, los borrachos profesionales, y él es un fumeta adicto a la literatura, una vez leí un poema suyo, lo dejó escrito en un pupitre del aula de castigo, y no entendí ni jota, pero algo decía de una rosa y un viento que la hacía bailar, sí recuerdo que al final del poema la rosa acababa pisoteada por su amor platónico
Él (quién si no?) se encontraba inmerso en una investigación acerca de un caso de corrupción relacionado con una desconocida mafia local, un tema bastante turbio que le restaba horas de sueño y le sumaba razones para aislarse (de sí mismo incluso, quizás) y ahondar en esa vertiginosa vorágine que componía las relaciones de las personas sospechosas y con acumulación de poderes sobre los negocios de la ciudad y los de los pueblos periféricos. Uno de los principales responsables de su escasez de sueño era Antonio Metralla (nadie sabría decir si era un apellido real o si él mismo se lo había adjudicado ocultando así su identidad normal y normativa), un hombre de altura y músculo y tatuajes hasta en los meñiques, a quien los medios de comunicación solían etiquetar como recaudador de impuestos, tratante de prostitutas y traficante de toda clase de drogas, además de presunto asesino de una veintena de emigrantes chinos, a los que odiaba según declaraciones de algunos policías que habían llegado a pincharle el teléfono móvil a causa de un altercado sucedido en las inmediaciones de la zona portuaria, una bronca a voz en grito que (testimoniaron los vecinos) había estado cerca de convertirse en un intercambio de balas (un hombre y su señora madre afirmaron haber visto un arma de gran tamaño, con la que al parecer Antonio Metralla encañonaba al capitán del mercante Bandera Calavera)
Como un gato que acabara de cazar a una rata, Siberio Clarines, como había empezado a llamarse a sí mismo por cosa de su ceñudo autodisimulo, desde detrás del rallado cristal de la redonda ventana del desván de un edificio semiderruido y corroído por mohos de origen medieval, veía y miraba, lo ve, lo está mirando recostarse en un sofá cadavérico, ve y mira la pipa sobre la mesa, al lado de un par de botellas de whisky escocés, una de ellas vacía, la otra mediada, la agarra por el pescuezo y la besa hasta vaciarla, luego besa a una mujer joven con apariencia de prostituta cara
Suficiente, es hora de salir pitando por la trasera, esto está tan oscuro y húmedo, no me extrañaría nada estar encima o debajo de un nido de arañas, o de ratas, creo que por hoy ha sido suficiente, y la noche es joven, y el hambre pesada como una condena eterna, qué ganas de unos spaguettis con cebolla y tomate y salsa de soja, cúrcuma y cayena, vaya, creo haber dejado está dichosa portezuela arrimada, ah uff ya casi me creí que me había quedado encerrado entre este montón de despojos, quien guardaría como memoria material de su infancia una muñeca decapitada, estoy ante las escaleras descendentes ahora, pero está aquí todavía más oscuro y no menos húmedo el ambiente, bajó despaciosamente, tanteo la pared, no es una pared, la golpeé sin querer, sonó a madera
-Quién anda ahí? Eres tú, Metralla?
Cuando la puerta fue abierta él ya se había mimetizado con la sombra arrinconada. Era un hombre repugnantemente destemplado; salió del cuchitril y se encaminó a las escaleras diciendo: este Metralla siempre solicitándome del modo más inoportuno posible; ay, maldito; ahora voy! En el piso inmediatamente inferior pulsó el interruptor pero las bombillas no produjeron su luz amarilla de orina hasta al menos varios segundos despues. Siberio comenzó a plantearse realizar la osadía de asomarse a la entrada del repelente apartamento. A la velocidad de un suspiro lo hizo y ante él se materializó un diminuto salón repleto de basura (latas de cerveza y de conservas vacías, colillas aplastadas, envoltorios de bollos diversos, algunos trastos de metal desvencijado que no pudo identificar como nada conocido, etc) y objetos extraños, quizás juguetes, piezas de coleccionista, fragmentos del tiempo que ese sujeto abotargado por la desalentadora rutina coleccionaba para consolar un ansia de riqueza tan directa e intensiva como siempre insatisfecha. Sin embargo sobre la mesita de la salita no había otra cosa que no fuese una pequeña pila de papeles, manuscritos al parecer. Siberio actúo entonces como el loro de Rai, no pudo contenerse: desplazándose como una corriente de aire entró y obtuvo por sí mismo el preciado tesoro
Una vez sentado en el sofá de su casa recuerda haber olvidado el resto del relato de su trepidante aventura, su fuga y el regreso al hogar, como si lo hubiera hecho su mitad inconsciente, como si se hubiese teletransportado cuánticamente
El humo forma figuras blancuzcas, fantasmas traspasados por rayos de luz oscura. Y las figuras danzan mientras él duerme despierto, mientras su mente enfrascada se busca entre imágenes (inolvidables, inmemoriales) construidas con el adobe del lenguaje como base. Y los pilares de la realidad no llegan a tambalearse, o lo hacen apenas, pero todo el mundo parece temblar y estremecerse. Camino descalzo sobre un mar de arena, admiro las nubes, la hojas agitadas por el viento, los peces saltarines, las peripecias de un saltimbanqui ante un corro de ciudadanos atónitos, una carnavalesca carroza rodando pendiente abajo, un avispero en las cercanías de un templo budista, un papiro volador que intuitivamente sé que fue escrito por Akhenaton
Me adentro en las cálidas cuevas de los pioneros civilizadores. Eyos me reciben con templado entusiasmo, y yo recibo con beneplácito el brebaje que me es ofrecido; lo bebo, despacio, gota a gota, tiempo al tiempo. Estoy soñando o estoy pensando? Ambas. Abrió los ojos; la danza había cesado, pero las figuras de humo ahora dormían, todas excepto una, que fue descendiendo, trazando a su paso una láctea espiral que consumó su movimiento quedando impregnada a la primera página de la novela manuscrita que había hurtado, la que estaba encabezaba por su propio nombre, escrito en una letra menuda y críptica que bien podía ser la suya
Raimundo Loro
Informes del detective underground Siberio Clarines
El caso de la esposa fraudulenta
La misión para la que fui contratado fue vigilar a la esposa del contratante, Aparicio Cantinelas, quien temía y sospechaba, sin tener más evidencias que espóradicos cambios en la conducta de su esposa, que le estaba siendo infiel desde haría por lo menos un año. Él me dió el nombre de ella: Sasa Zarzal, y la dirección de la casa que compartían en conyugal convivencia, sin hios por medio. Tomé la determinación de permanecer expectante esperando en los alrededores de su casa para seguirla cuando saliese. La primera vez la seguí hasta un mercado callejero, donde compró fruta, saludo a tres personas mayores que le devolvieron el saludo, y se sentó en un banco a comer una manzana a raudas dentelladas. Tal vez fue solo una impresión mía, que me hayaba a escasos diez metros del banco donde ella estaba sentada, pero continuamente pasaba gente ante mis ojos, algunos me empujaban, uno me zarandeó sujetándome por lo hombros al alzar la cabeza en mitad de su ruta y toparme ahí estático, y justo en ese momento la vi mover la cabeza horizontalmente, como en señal de negación. Caí en la cuenta de que miraba en mi dirección, pero a alguien que debiera estar justo a mi espalda, en caso de que realmente hubiera negado con la cabeza. Podría ser que estuviese tratando de librarse de una mosca, pues abundaban en aquel mercado, pero opté por pensar lo primero, aunque todavía era pronto para tomar conclusiones, y tal precoz determinación me hacía sospechar que me había descubierto, o que se sentía observada, espiada, sin siquiera saber por quién, gracias, tal vez, a su intuición femenina, digamos
Al segundo día fué todo normal, demasiado normal. Sasa no daba salido de casa, y me extrañó bastante, ya que mi contratante me había dicho que acostumbraba a salir todos los días, con más frecuencia por las tardes (era un miércoles), y los fines de semana por las noches. Es de obviar que debía estar sola en la casa, pues su marido se ausentaría día y noche, pero mi intuición de detective o un pajarito o sabe dios lo qué me decía que había alguien con ella. Es difícil, si no imposible, vigilar una casa como aquella, con todos sus ángulos, con sus accesos a la calle sí bastante al descubierto, pero la parte trasera, donde la vegetación era abundante y los laterales, umbríos de por sí, podían escapar de mi control
Me decidí a buscar una ruta por la que atravesar la arboleda situada tras la casa, y la encontré en unos quince minutos. Fueron otros diez de caminata y búsqueda concienzuda hasta que encontré un lugar desde el que poder dar un uso eficaz a mis prismáticos
Vi la ventana de su dormitorio, con las cortinas corridas, pero esto fue solo un instante. Un hombre viejo las descorrió repentinamente y parecía estar mirándome. Me metí en un arbusto espinoso que me arañó las piernas y la espalda, desgarrando un poco mis pantalones y mi sudadera. Me quedé ahí un buen rato, conteniendo la respiración, con cierta inquietud, aumentada a causa de varios ruidos provenientes de la casa que no identifiqué en el momento, y aun con todo sintiéndome terriblemente ansioso por saber de quién se trataba. Pero cuando salí de mi escondrijo y tuve ante mi de nuevo la fachada trasera de la casa en perspectiva advertí que habían cerrado todas las persianas
He de decir que es probable que me haya precipitado y estado a punto de provocar un escándalo, porque no pude contener el impulso de atravesar el descampado corriendo hacia la casa. Lo cierto es que no me fué mal porque conseguí acercarme lo suficiente para escuchar dos voces provenientes de la habitación donde había visto al viejo cuya identidad ignoraba. Éste tenía una voz áspera de fumador empedernido, y tosía de vez en cuando, entre un grito y otro. Ella parecía suplicarle por dinero, aunque las únicas palabras que pude discernir fueron pronunciadas por él, y fueron las siguientes en el orden indicado: dinero, joder, muertos, adiós. Oída la última desanduve lo más rápido mis pasos por el sendero entre los árboles y al trote por la acera aledaña. Cuando iba a doblar la esquina directo a la acera frente a la casa lo vi salir al porche por la puerta principal, despreocupadamente, y empezar a caminar hacia donde yo me encontraba. Me oculté lo mejor que pude agachado tras un coche antiguo, que era el único en un buen tramo. No levanté la cabeza para mirar, solo lo pensé, entonces oí el sonido metálico de la yave abriendo la cerradura de la puerta del piloto. Por suerte debía ir preocupado por el tema de la disputa con Sasa y no notó mi presencia próxima. Arrancó el motor con un estrépito de tuberías oxidadas, y se fue quemando neumáticos. Anoté la matrícula: 01047-HY
Rai se quedó dormido mientras leía su novela apócrifa, y soñó con cosas estrambóticas que no recordaría cuando abriese los ojos. Cuando despertó el manuscrito había desaparecido, pues también formaba parte de su sueño. Al levantarse se lamentó de que casi todo lo interesante que le ocurría fuera dentro de esa otra dimensión. Aún así se aseguró de anotar la matrícula; quizás hubiera alguna conexión entre su imaginación y el mundo mal llamado real
No obtendría la respuesta hasta una semana más tarde, cuando, mientras paseaba tranquilamente por el parque, vió circulando a ralentí un coche con la misma matrícula. Solo que en el interior estaba solamente Toni, que detuvo su avance y pulsó el botón del claxon, que resultó estar averiado, así que salió del cochambroso vehículo y se acercó corriendo a Rai, que lo esperaba con una expresión de incredulidad impresa en su cara pálida como la hoja que hace unas horas había dejado en blanco faltándole las ideas, confuso ante la cuestionable realidad del mundo
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Autor:
Romey (
Offline) - Publicado: 20 de noviembre de 2025 a las 05:23
- Categoría: Sin clasificar
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