Me dices: ven, y yo voy. Soy la perra dócil que atiende la correa.
Me convierto en esa cosa que tú quieres, una virgen blanca que se incendia a sí misma.
Una antorcha para tu fiesta. Una puta, pero con alas.
Qué dulce y terrible condena este sentir, este morir para vivir en tu maldito trigal.
Tu trigal, cariño, es un manicomio amarillo, y yo soy la única paciente que ama sus muros acolchados donde la locura viste de girasol.
Me miras. Y la estupidez me sube por las piernas.
Qué dulce y qué terrible condena, este sentir. Este morir en pequeños, perfectos suicidios, solo para vivir otra vez, como el fénix, en tu maldito campo de trigo.
Yo solo tengo este vestido duro, de níquel y amoníaco, que llevo puesto como una armadura.
Lo quemo, ¿sabes? Lo quemo hasta que el metal se dobla. Lo hago sobre este algodón marino de mujer cuerda. Esa es la burla.
Ese es el truco más sucio de todos: tener que incendiarme a mí misma para probar que existo, mientras tú esperas, con una jarra de leche tibia en la mano, que la ceniza sea lo suficientemente limpia para ahogarme con tu rabia.
m.c.d.r
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Autor:
m.c.d.r (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 20 de noviembre de 2025 a las 02:16
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 2

Offline)
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