HIELO AL FONDO

EL HIELO AL FONDO

(de Wcelogan)

Bajé al Infierno sin avisar,
como quien entra al bar equivocado
pero igual se deja caer en la silla,
porque ya qué diablos.

Virgilio venía conmigo,
cara de “yo no cobro por hora”,
guiándome entre gente quemada
que todavía insiste:
“yo no fui”.

En la entrada vi a los tibios:
esa raza de “no opino”,
“yo paso”,
“mejor no me meto”.
Ahí se quedaron,
corriendo en círculo
como hámsters que olvidaron cómo morir.

Pasamos el Limbo volando.
Esos genios atrapados
en su eterno “qué interesante”
ya ni me miraron.

Pero me detuve con los glotones:
tirados en su propia mierda,
regurgitando vida ajena,
mientras Cerbero ladraba
como perro sin dueño.
Nunca tuvieron hambre de nada,
solo boca.
Ganas de llenarse
para no sentir el hueco.

Más abajo, la avaricia:
una cueva repleta
de gente abrazada a su plata.
Los vi pelearse por monedas oxidadas,
gritando “mío” en todos los idiomas,
empujando rocas que jamás
tocan una cumbre.
Ricos o pobres, daba igual:
todos mordiendo el mismo oro
que ya no brilla.

Los violentos hacían fila
para entrar a su propio infierno.
Se veían tranquilos, resignados,
como quien llega puntual
a su condena diaria.

Y los estafadores…
ya sabés:
seguían vendiendo humo
hasta ahí abajo.
“Oportunidad única”,
“última oferta”,
“confía en mí”.
Virgilio me jaló del brazo:
“No les creas ni muertos”.

Saltamos círculos.
No todos merecen párrafo.

Hasta que llegamos al hielo.
Porque el peor pecado
no quema:
congela.

Lucifer mascaba traidores
como un chicle que perdió el sabor hace siglos.
Judas sin rostro,
Bruto sin historia,
Casio sin nombre,
todos triturados
por la misma boca helada.

Ahí no hay llanto.
El frío no deja ni eso:
solo silencio
y el crujir de huesos
en dientes que jamás parpadean.

Me quedé mirando.
Virgilio no dijo nada.

Salimos sin despedirnos.

Afuera, el mundo igual que antes:
tibios corriendo en círculos,
glotones con la boca llena,
avaros contando lo que no es suyo,
estafadores vendiendo aire.

Y al fondo de todo,
siempre,
el hielo.