Peripecias del hada Titania (XI)

Salva Carrion

 

Origen y despertar de la Ninfa Guardiana del Bosque Nevado

 

Antes de que la valiente, aunque inexperta, Titania se alzara como protectora, el Bosque Nevado latía bajo el amparo de Akelia, la Ninfa del Dosel Viejo. Akelia no era una dríade común; era la Primogénita, nacida de la primera y más pura savia del árbol más antiguo: el mismísimo Fresno Silente que Titania y el leñador acababan de rescatar. Por ello, su esencia no se había anclado a una sola raíz, sino que se había expandido, convirtiéndose en el latido esencial de toda la arboleda de la zona antigua.

Akelia vivía para mantener a salvo el ritmo vivaz del bosque. Su misión suprema consistía en nutrir a los grandes fresnos, los "pilares" forestales que anclaban la vida y el clima de aquel hábitat exuberante. Para lograrlo, poseía el don de la "Arborigenia," la habilidad de concentrar la vitalidad sustancial del bosque en pequeños y relucientes nódulos de ámbar: los fantásticos Corazones de Madera. Estas piezas de apariencia cristalina eran organismos puros, la manifestación física de la profunda gratitud del bosque por su propia existencia y por sus moradores. Akelia administraba estos Corazones en las raíces de los fresnos cuando su latido vital se reducía a un murmullo frágil.

Sin embargo, la paz terminó con la llegada de los sombríos Lokardos, antiguos espíritus malignos de la sequía y la desesperación que buscaban marchitar toda forma de existencia. Su presencia era un escalofrío que mataba toda brizna verde, dejando tras de sí una sequedad letal. Estos seres no podían dañar a Akelia directamente, pero pronto descubrieron cómo drenar su inestimable conocimiento. La atacaron con algo más sutil que el fuego: un aire infestado de desidia y olvido. Poco a poco, el canto vital de la hermosa ninfa se fue apagando, y el Dosel Viejo comenzó a marchitarse desde dentro, perdiendo su refulgente color.

En un acto final de generosidad y supremo sacrificio, Akelia utilizó la última chispa de su Arborigenia para salvaguardar todos los Corazones de Madera que había creado, ocultándolos en las grutas y entre las raíces más profundas, frustrando así el plan de los insidiosos duendes. Inmediatamente, y burlando la muerte, Akelia se fusionó con su árbol de origen, el Fresno Silente. Fue una transmigración a su esencia inicial. Entró en un profundo y sosegado estado de letargo, convirtiendo el Fresno Silente en su visible monumento y morada temporal. Su constante pulso, aquel thump-thump que Titania y el leñador oyeron, no era más que la huella residual de su espíritu dormido.

Con el nuevo estado de Akelia, el Bosque Nevado perdió la fuente de los Corazones. El conocimiento sobre cómo extraerlos y activarlos se convirtió en una leyenda. Las pocas magas y ninfas que quedaron solo conservaban la parte superficial del mito: que los fresnos se nutrían de los nódulos y que estos solo podían ser reactivados por una "voluntad noble." Pero les faltaba el manual, el instrumento de su forja.

Aquí es donde el destino eligió a Titania. Algo torpe e imperfecta en comparación con la majestuosa Akelia, la joven hada heredó la vaga memoria de esa misión. Y, aunque no podía crear nuevos corazones, sí que fue capaz de descifrar el enigma oculto que la sabia ninfa no pudo revelar antes de su sacrificio: descubrió que la chispa necesaria para despertar los nódulos no dependía solo del encantamiento de un hada, sino también de la profunda veneración y respeto por la vasta vegetación que se encarnaba en el latir honesto de alguien predestinado como aquel buen leñador. Él mismo podía revivir el pulso de la tierra que a Akelia le había faltado.

El nódulo que en su momento anterior sostuvo el leñador, aún brillaba con un destello ambarino y regenerador, proyectando una luz revitalizante. El thump-thump del Fresno Silente se aceleró, resonando no solo en sus raíces, sino también en el pecho de Titania. El hada, a pesar de sus fracasos, sintió que esa voluntad noble, aquella que la leyenda exigía para su materialización, se manifestaba ahora en la presencia de su amigo.

El leñador depositó el Corazón de Madera en la base agrietada del Fresno Silente, justo donde se fusionaban las primeras raíces. Apenas tocó la corteza, el Corazón se disolvió en un vapor dorado que fue absorbido de inmediato por el gigantesco tallo.

La reacción fue tan gloriosa como esperada. El Fresno Silente gimió con un suspiro profundo y milenario, al mismo tiempo que la savia emitía un delicado sonido al fluir con una frescura largamente reprimida. La corteza, petrificada por la prolongada somnolencia, comenzó a resquebrajarse y a desprenderse como la piel marmórea de una vieja estatua.

En este momento, el aire se llenó con una emanación a tierra húmeda, a temprana primavera y a una dulzura embriagadora.

Titania tuvo que cerrar los ojos ante la ráfaga de energía. Vislumbró, a través de sus párpados, la silueta del árbol renaciendo. Aun cuando la magia no era suya, notó con regocijo que Akelia volvía a respirar y observó con admiración que, de la grieta central del tronco, emergía la deseada ninfa.

Fue un destello de pura generosidad, una revelación sublime.

Primero, una mano translúcida, verde y tersa como el musgo recién crecido, se aferró a la corteza. Luego, el resto de su figura se descubrió regiamente ante ellos. Renacía Akelia, la Guardiana Primogénita, ataviada con un manto de hojas frescas de fresno y la piel teñida con la pátina plateada del árbol dormido.

Abrió sus ojos del color de la savia, líquidos y pletóricos, y se posaron inmediatamente sobre Titania y el leñador. Su primera respiración fue un suspiro que hizo sonreír de alivio hasta la última hoja de la rama más alta del Dosel Viejo.

--El ritmo..., susurró Akelia, su voz apaciguada como el campanilleo suave de miles de capullos florales abriéndose. --La Arborigenia es fascinante, sí, pero es solo el recipiente... el contenedor de la naturaleza.

La Ninfa se inclinó respetuosamente ante el leñador, reconociendo el poder de su ofrenda y su pulso vital. Pero dirigió su sonrisa más profunda y pródiga a Titania.

Titania sintió un rubor, mezcla de orgullo y satisfacción. Por primera vez, no se sentía fracasada. Había canalizado su fuerza de forma muy adecuada.

Akelia la miró con una comprensión que trascendía siglos de benevolencia.

--Tu media varita, Titania, fracasó por una razón gloriosa. Yo protegí la senda de tu búsqueda, pero tú, con tu corazón bondadoso, recuperaste la forma de usarla: la alianza de respeto con toda la vegetación y sus habitantes.

Con su regreso, el efecto fue inmediato: el Dosel Viejo se magnificó y sus fresnos se volvieron más verdes y resistentes. Akelia había regresado no solo como la guardiana, sino como la maestra honorable.

Los Lokardos, sintiendo la profusa oleada de vida que retornaba al lugar, se exiliaron al olvido, incapaces de soportar tanta existencia fecunda y renovada.

Titania, el hada torpe, ahora tenía a la Guardiana Primogénita como aliada y mentora, una poderosa fuente de conocimiento sobre el verdadero poder de los Corazones de Madera.

Su misión no había terminado; apenas comenzaba, ahora con una guía ilustre.

 

*Autores: Nelaery & Salva Carrion

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  • Autor: Salva Carrion (Online Online)
  • Publicado: 19 de noviembre de 2025 a las 10:11
  • Comentario del autor sobre el poema: Autores: Nelaery & Salva Carrion
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 1
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