Fragmento de un relato en proceso

Romey


AVISO DE AUSENCIA DE Romey
Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.

Mientras Ela carcomía la pared del silencio con una daga sin punta, aterida de fría impaciencia, esperando el despertar de su particular doppelganger, en soledad sometida a un traqueteante cortejo de pensamientos enajenantes, intrusivos como los habitantes no fantasmales de la casa de Los Otros, película que emitía el televisor, la impertérrita pantalla en la que se reflejaba a la par su cuerpo en cueros, de espaldas, luciendo una melena gruesa y más negra que las arañas que proliferaban en las cloacas, mientras se tramaba otra tentativa de deshacer el nudo de su garganta, sin cortarlo a hierro afilado, sino deshilachándolo con los dientes, hincándole bien sus uñas pintadas de púrpura cuando abriese un abrazo la gran Nut, la noche ancestral -hembra de tez oscura: Kali en su Yuga-, para recibirla contra su constelado pecho y consumir su amargura, mientras fuma verdura de la compacta y crujiente, dejando, cual filamento de paja, bajo el firmamento producto de su seudo mágica lámpara comprada barata, colgado el porro oblicuo en una comisura aún húmeda de luz plateada porque besó a la Luna recientemente. Ahora juega con un mechón, lo recrea entre sus dedos puntiagudos, con la mente en otro mundo como la niña de la película cree tener ante sí un pasado que se va sobreponiendo al presente, un recuerdo enriquecedor donde el pobre Rai se cruzó con un tal Toni Roi, un muchacho transparentemente opaco, una partícula subatómica contenida en una ánfora infinita, en definitiva un tipo punzante como las fibras de alambre que le nacen por barba -sempiterna su perilla faraónica, su perfil egipcio, de babuino, su abrigo negrísimo que, abierto de brazos y con las manos dentro de los bolsillos y el cuello subido, lo hace parecer un murciélago, un inmortal vampiro venido desde otros tiempos viendo la continua sucesión de los segundos y minutos, de las horas, de los días y semanas, meses y años, de los siglos caídos al memorioso olvido que a Rai le resulta tan atractivo, magnetismo ineludible para él que lo goza entre suspiros, suscitando el afectuoso desamor de Ela, desdeñado prontamente en ausencia de carencias, al encontrarse él perdido, el pobre de Rai ya suficientemente abastecido de caricias de las metafisicas-. Abstraída total, tontamente aleatorias las palabras le brotarían a burbujeantes oleadas, a golpes de tsunami, pero ahora, mientras seguía recreando mechones entre sus dedos puntiagudos como armas blancas, mientras le parecía ser espiada por la mirada de Nicole, de un azul fantasmal, desde detrás de la pantalla, su mente yacía acantonada, repartida como un millar de gotas ácidas y saladas, lágrimas cayendo igual que la lluvia astral en una vacía yanura; fué así como supo que estaba soñando un sueño más real que su vida de vigilia, y se volvió loca de ganas de encontrarse perdida, reclusa de la libertad, precipitada hacia arriba, tirana anarca, altiva fijada la vista en tono sepia en esa cuenca repleta de gris ceniza que era la fosa común donde acabaría sumida entre colillas contraídas si no fuera por la sonrisa iridiscente que se encendió de pronto en su cara de pícara bambina al hacerse consciente de la estática inquietud de la que también la Kidman era voluntariamente víctima, simultáneamente verduga y virgen madre, María Magdalena rocambolesca, actual guardiana del sacrosantísimo cáliz, donde entonces restaba todavía un poquito de la principesca sangre de su amor mártir, donde suma, ahora que ya ha consumido ese último sorbo de veneno psicoactivo, un chorro de blanco café y otro de negra leche, más dos o tres cucharadas de óseo polvo, tomado directamente del cenicero. Finiquitada la película no más nos queda que verla a ella, en blusa y con pelusa en el pubis, con sus patas de cabra, con sus pezuñas manchando la morocha colcha, largada entera en la cama como una red en el mar, y tan patidifusa que difícilmente logra pescar algo, y cuando lo hace se trata de un resfriado o de una fiebre ferina que la instiga a vomitar tacos monosilábicos. En la mesita de noche reposa la daga de la burla: una hoja donde, como hormigas por la grieta de una losa, entran y salen garabatos, cuneiformes, retratos caricaturescos que un bufonesco Rai habrá dibujado estando borracho de abstinencia. Ela se emperra ahora en canalizar fluctuaciones de plasma directamente contra la pared, con la majadera intención de abrir un portal interdimensional en el mismo punto en el que pende lastimero un poster en el que aparece un baloncestista que ella desconoce, pero le da igual, nada la distrae del pineal toroide que desea exteriorizar; ejecuta irreflexivamente el driblaje y deja atrás la realidad material un instante que promete eternizarse; acorde a la ley del Dharma (le da por pensar tal aún sabiéndose indocta en el asunto) salta un bulto, supuesto centro de su submundo: trasunto del monte Meru, compuesto en su mayoría de excrecencias virtuales almacenadas en mitad de ninguna parte, en la vacuidad de la casa -del Akasha- guiándose hacia derroteros adentro de esperpénticos boscajes que fueron bosquejos trazados a lápiz, avanza lenta, sin dirección ni iniciativa segura, como una oveja rezagada, descuida de la que fuera su manada, ya desde antes de nada aplicada al acto de pastar proteicos protones coagulados en el campo cuántico, mientras habla para nadie si no Toni y recrea constantemente sus lacios mechones opalescentes entre dos dedos erectos que semejan, o son de veras, unas tijeras expertas en recortar venas tan huecas como sus tres cabezas de cancerbera fehacientemente experimentada en acciones intempestivas, travesuras triviales típicas de cachorras cachondas, por ejemplo decapitar las chorras de amantes anteriores en amarillentas fotografías perturbadoras, e, incluso con la izquierda, diestra en cosas tan gores como despedazar los corazones de algunos de esos crónicos abúlicos (a los que dió muchos disgustos y la libertad de serle obedientes reclusos) y demás manualidades asociadas al instinto criminal de la mantis para con su cónyuge de turno

  • Autor: Romey (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de noviembre de 2025 a las 06:52
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 3
  • Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
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