Te fuiste y no quise admitir mi tristeza, mi perdida, mi duelo, porque yo te dejé; que egoísta, luego de clavarte la daga en el pecho, te extrañé, te amé en secreto, entre suspiros, inundándome en el aroma de otros cuerpos, rodeándome de otros besos, te extrañé.
Te busque en cada extraño por el que pase y en una de mis tantas despedidas, te encontré, más adulto, más cuerdo, más decidido a estar conmigo y te dejé, otra vez, porque, aunque sus ojos eran igual de verdes esmeraldas que los tuyos, no eran los tuyos.
No mentiré y no me dejarás mentirle a mi público, siempre te busqué, siempre regresé, no sentía que mi decisión era un asunto leve, al contrario, di mi voto para que se derrumbara mi mundo; yo, empuñe la daga, coloque el veneno y te lo clavé. Sin sostenerte a lo lejos lo tire, escondida entre arbustos, como un verdadero cobarde lo debe hacer, luego me marche. Tome una decisión que no me correspondía, porque te amaba.
Y te amé, cuando te dejé, me engrandecí el ego entre risas y pamplinas, porque estaba destruida, había perdido al amor de mi vida, yo lo maté. Y no quise ver la realidad, no quise aceptar la situación, saber que lo nuestro terminó, acabó, se esfumó.
Al contrario, me dedique a buscarte en otros cuerpos, como si en realidad hubieras muerto y mi deber era encontrarte en tu reencarnación, admito que entre mis delirios mi único consuelo fueron las drogas, el sexo y el alcohol; pero no te olvide, sabía que estabas vivo y te escribí, aceptando mi error, mientras redactaba un “te extraño tanto” en tu buzón, seguía buscándote en la inmensidad de lo que es el mundo hoy.
Pasaron meses, pudieron ser años y yo ya no existía en tu corazón, me olvidaste, seguiste, continuaste, evolucionaste y no volviste a buscarme, ¿Por qué lo harías?, fue mi decisión. Mi mente se amortiguo aprendía a vivir con mi acción, aceptaba las consecuencias, se perdonó.
No podía vivir sin vos y mucho menos sabiendo que no soy lo que quieres, que yo te amo, pero tu no. Así que la vida me arrastro, los atardeceres siguen pasando y pasando, veo como envejezco cada mañana en el espejo y aunque pudiera, no puedo obligarte a que me quieras, a que me extrañes, a que me busques, no puedo.
Realmente no puedo, te he vuelto a ver, no sé con qué afán, he recorrido esa calle 400 veces y jamás te he visto, se que pasas ahí, al inicio te busque, obligue al destino a que nos topáramos de alguna manera, “por casualidad”, porque, aunque tenga la vida entera, quería compartirla contigo, y no iba a esperar a que uno de los dos muera para aceptar este cruel destino. Pero luego de un mes, dos o tres, cuatro, cinco o seis, me rendí. Dejo de ser tu calle a ser solo un pasadizo, y justo ayer, que he aperturado mi cabeza a salir de la mano con un nuevo “alguien”, me he cruzado con tu mirada, para notar que tu por mi no sientes nada.
-
Autor:
Tu novia eterna (Seudónimo) (
Online) - Publicado: 17 de noviembre de 2025 a las 18:17
- Categoría: Carta
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: Carlos Baldelomar

Online)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.