No se puede acertar siempre...

No se puede acertar siempre.

Y aquella vez, me equivoqué...

No fue un gran error,

ni una de esas decisiones que cambian la vida.

Fue algo más sutil,

un paso en falso,

un detalle inoportuno,

una palabra que no dije cuando debía.

Creí que todo seguiría igual,

que el silencio no pesaría tanto,

que habría otra oportunidad para explicarme.

Pero el tiempo no espera, solo avanza,

y empuja al vacío,

lo que dejamos sin cuidar.

En ocasiones,

pienso que el rumbo se pierde así, sin ruido.

Que no hace falta una tormenta para desorientarse,

basta con dejar de mirar el horizonte un instante,

para que algo, dentro de uno,

se desvíe sin avisar.

No, no se puede acertar siempre...

No lo supe en aquel momento,

ni tú tampoco.

Fue más bien como un incendio lento,

que empieza siendo apenas un hilo

y termina revelando todo lo que no quisimos ser.

No hubo grandes reproches,

ni un momento exacto para señalar con el dedo.

Solo dos caminos que, sin darnos cuenta,

fueron separándose poco a poco, día a día,

como si cada palabra no dicha,

sumara milimetros a nuestra distancia.

No se puede acertar siempre...

Y aún así no guardo rencor.

Tengo claro que el error fue compartido,

dos piezas que no quisieron girar al mismo ritmo,

dos miradas que pasaron de largo cuando más falta hacía,

dos cuerpos que no supieron leerse a tiempo

y fueron incapaces de remontar el vuelo.

A pesar de eso,

no cargo con culpas que ya no pesan,

ni con fantasmas que dejaron de hablarme.

Acepto lo que fuimos,

lo que no supimos sostener,

y ese final inevitable que,

de forma inesperada,

nos abrió la puerta a separarnos.