En esta tarde tan remota,
pasan, poliformes, multitudes,
ignorando pajareras que les cuelgan en frontal.
En esta tarde en que lloran, gritan...
y se quejan de un no sé qué;
pasan sortijas entre sus manos,
y balbucean, siempre, de un amor no pagado.
Les chirría un sinsabor de codos;
y sentimos un vacío, ¡ay!,
que se entreteje en silentes pasos.
¡Cómo se agrupan los malestares
que expulsan de nuestros alientos!
Pobre hombre... escucha, que he dado
con el pronóstico de aquella tanta desazón,
Escucha un segundo, que es un síndrome que
infecta a cuantos padecen desde el parto y sin blasón:
en efecto, hombre, ¡colmamos de soledad!
Todos enfermamos:
hay quienes sienten apretones de las
costillas contra sus vientres;
a otros les extirpa los lagrimales
en vasto llanto;
a unos pocos... les pesan de tal cuenta
los síntomas, que arremeten
su vida con letales dardos.
Y es cierto, pues no hay cura
contra tal agravamiento;
mas, no hay que temer de la tarde
y sus contagios...,
que siempre aleteará
sus plumas en alaridos amargos.
No busquemos en el amor
el bálsamo de un rescate;
como en la dulce amargura de un licor
o en las angustias de la prostitución.
Acepta, pobre hombre... por favor, nuestra
desgraciada condición: nacemos, crecemos
y morimos en desolación.
Oiga, pues no hay mayor dulzura que muriente en razón.
Tan solo así, quedarán en mis hieles crespones
de mi vida como de su adiós.
Tan solo así sabré que he llorando
en mi herida y brindando la infinita solitud.
¡Cuánta soledad que hay en esta tarde!
¡Cuántos pasan y cuántos no saben!
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Autor:
LeoBau (
Online) - Publicado: 14 de noviembre de 2025 a las 23:13
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 1

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