EL COLEGIO DE LA GRADUADA (I) (CACHOS DE TIEMPO)

Nkonek Almanorri

 

 

Llega un momento en que del tiempo transcurrido hay que contarlos todo.

 

Sobre los miedos que un día fueron y quedaron atrás como sombras en nuestra memoria también hay que escribir antes de que éstos se borren. Aquel día en que mi madre me dijo que al día siguiente yo debía ir solo a la nueva escuela, a tres km de distancia por una carretera de tierra y entre interminables fincas de plataneras, con tan solo seis años, tuve que hacer rápidamente un plano mental y exacto del lugar que debía recorrer en solitario. Debí decirle, de inmediato, que sí sería capaz de hacer el camino de ida y vuelta solo, de lo contrario mi madre me daría de palos por donde pudiera descargarlos sobre mí; así era mi madre y aquellos años.

 

Aquella noche anterior no dormí hasta visualizar bien todos los lugares y curvas de aquel camino que tenía que recorrer al día siguiente y que recordaba haberlo hecho con mis padres y mi único hermano menor; sabía que sólo tenía que seguir adelante, sin salirme del camino dejando a derecha e izquierda unos muros altos de piedra volcánica en el cual siempre había visto perinkeles  de piel verdes, pequeñas lagartijas, y por los que en lo alto asomaban las hojas de las plataneras; también recordé que aquel camino siempre era solitario, alguna vez transitado por hombres que trabajaban en las plataneras, hombres que siempre llevaban sombreros de paja para cubrirse del sol, alpargatas de palto y un cuchillo largo en la cintura para cortar los rolos de las plataneras. Al llegar a la carretera asfaltada y que marcaba la entra a la ciudad por una calle estrecha y recta de casas bajas con fachadas pintadas de colores gastados por la luz del sol de años ya sabía que había llegado, que había recorrido un espacio de soledad en el cual, sin verlos, me sentía vigilado por ojos extraños, aquellos pensamientos eran, fueron, mis primeras percepciones del miedo.

 

El colegio, de nombre La Graduada, estaba al otro extremos de la ciudad, en aquellos años, principios de los 60 del pasado siglo, de apenas unos pocos miles de habitante; había que llegar hasta la Iglesia de Santiago la cual fue construida sobre lo que fue una necrópolis prehispánica; por detrás de esta iglesia estaba la calle Guayre y el cine con el mismo nombre; en este cine vi, de niño, la primera película del actor Tony Curtis: Un poco más adelante La Graduada.

 

Aquel primer día en que me presenté en La Graduada, con sólo seis años y en solitario, ya frente a la puerta de entrada, altísima como si fuera la de un castillo medieval, me hice infinidad de preguntas tales como ¿quién era o iba a ser mi profesor?, ¿a qué aula debería dirigirme? ¿cómo era de presentarme allí sin material alguno de estudio, ni lápices, ni goma de borrar, ni pizarra para escribir y ni tan siquiera un maletín, sin nada…?. Sólo sé que traspasé aquella puerta sin saber dónde iba y antes de llegar a un primer patio interior pasé por delante de una puerta en la que vi a un señor, muy joven, sentado detrás de una mesa y a un lado de ésta un esqueleto humano de plástico hecho éste que me dio mucho miedo. Aquel señor que me vio entrar en solitario – de inmediato supe que había llegado tarde a la clase – se levantó y me preguntó a qué clase (aula) iba, yo le expliqué la situación: mi primer día de clase y que no sabía dónde tenía que ir, me preguntó por mis apellidos y no supe responderle porque no los sabía, me preguntó por el nombre y apellidos de mis padres y lo mismo: no sabía sus apellidos solo que mi madre se llamaba Carmela y mi padre Manuel; me hizo sentar en una silla y salió a hacer averiguaciones sobre mí; llegó un tiempo después sin saber ni a qué clase tenía que entrar ni quiénes eran mis padres; recuerdo que estuve toda la mañana sentado en aquel despacho hasta la hora de comer en que aquel señor me llevó al comedor. Al final del día me dijo que mañana volviera a las nueve de la mañana con mis padres…

 

Años más tarde, tantos como 45, y con la lectura de la novela “Guirres en el poste de telégrafo”, de Sebastián Sosa Barroso, publicada en 1991, supe que este novelista (1924-2001) fue aquel señor que me atendió mi primer día en La Graduada, lo supe después de leer su novela y su biografía y que nunca más volví a verle. Aún guardo por algún lugar de mi biblioteca su novela, Guirres en el poste de Telégrafo

  • Autor: Nkonek Almanorri (Online Online)
  • Publicado: 13 de noviembre de 2025 a las 16:10
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 2
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