Mi mayor miedo,
era verte con otro,
ver tu risa —mi antigua casa—
brotando en labios que no son los míos.
No me dolía perderte,
me dolía imaginar
que alguien más descubriría
la arquitectura secreta
de todo lo que yo amaba de ti.
A veces me pregunto
si él sabe
que aún sonríes igual,
como cuando tus pupilas
eran mi amanecer diario.
Mentiste tantas veces,
susurrando que ya no importaba,
mientras tu piel aprendía otros mapas
y mi alma se rompía
en silencio.
No me dolió verte feliz,
me dolió no ser parte
de esa felicidad que soñé contigo.
Hoy otro tiene la calma
que yo perdí intentando entenderte.
Yo cargo tus promesas viejas,
mientras tú bordas nuevas
en almohadas ajenas.
Mi mayor miedo se volvió carne,
y aun así,
sigo fingiendo que no me importa.
Aprendí que el amor no muere
al mismo tiempo para los dos.
Que uno entierra con flores,
y el otro
con preguntas que no se responden.
Busqué tus ecos
entre las sombras de mi cuarto,
inventé formas en las que me decías
“sigo aquí”,
mientras tú ya habitabas
otros brazos.
La vida separa a veces
lo que el corazón no puede soltar.
Y está bien.
Porque el dolor, cuando quema,
también limpia.
Aunque me duela verte amar a otro,
sé que ese dolor
fue el último peldaño
para soltar lo que una vez me sostuvo.
Ten la certeza:
te amé de verdad,
aunque eso no bastara.
Cada amor tiene su espejo,
y el mío reflejó tu ausencia.
Solo espero
que él te mire
con los mismos ojos
con que yo te inventé.
Sigo amando,
pero ahora sé
que amar no siempre es quedarse.
Que lo nuestro,
si seguía,
habría sido una bomba
con fecha incierta.
Tu falta de empatía
fue mi espejo roto.
No escuchabas,
solo traducías el mundo
a tu beneficio.
Yo era el hombre:
sin lágrimas,
sin espacio,
sin tregua.
Nuestras charlas de a dos
se convirtieron en monólogos tuyos.
Y ahí me perdí.
No sabía si mis palabras
eran fuego o error.
No lavé bien la loza,
ni doblé bien la ropa,
ni ordené bien los juguetes
de nuestro hijo.
Pero di amor,
y eso no lo sabes medir.
Me descartaste como servilleta vieja,
sin remordimiento,
sin mirada atrás.
Y ahora,
te veo —renovada, brillante—
y me pregunto si el brillo es real
o solo el reflejo de tu nueva máscara.
Gracias, aun así.
Porque tus ruinas me devolvieron el alma.
Gracias,
porque en tu egoísmo
entendí mi valor.
Aprendí que soy intensidad pura,
que siento con la fuerza del mar,
que mis emociones no son debilidad,
son arte.
Gracias,
porque tu ausencia
me dio la palabra.
Hoy escribo,
y en cada verso
me reconstruyo.
Seguiré siendo yo,
con mi familia,
mi hijo,
mis amigos,
mi caos,
mi paz.
Porque la vida, al final,
no se trata de ganar o perder amores,
sino de no perderse a uno mismo
por intentar amar al otro.
-
Autor:
Kenneth (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 13 de noviembre de 2025 a las 06:40
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 3
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.