Aún era yo joven,
cuando la vi nacer.
Su madre la traía a mi sombra,
bajo hojas tiernas y ramas frágiles.
Desde lo alto la miraba,
y en sus ojos cabía el asombro.
No pasó mucho tiempo
antes de que comenzara a caminar.
Luego corría.
A veces venía hasta mí
con sus cortos brazos,
y sus manos suaves, pequeñas,
me envolvía en un tierno abrazo…
¡Cómo la amaba!
Me llenaba su risa, su juego,
su infinita curiosidad.
Corría tras mariposas,
y se mecía en el columpio
que pendía de mi tronco,
ya fuerte, ya digno.
Y así, los años rodaron,
como hojas llevadas por el viento.
Yo, árbol enamorado de su alma libre,
la esperaba en cada estación.
Le ofrecía naranjas dulces y grandes,
mi callada ofrenda de amor.
Éramos uno
cuando sus labios saboreaban mi savia.
Pero el tiempo no se detiene.
La niña creció.
Y con ella, su primer amor.
Fue bajo mis ramas donde recibió su primer beso…
y lloré.
Fue aquí también
donde la inocencia dejó su aliento final…
y lloré de nuevo.
Ya no venía tan seguido,
ya no me hablaba al oído del viento.
Pero yo la amaba igual,
como aman los árboles:
en silencio,
con raíces profundas,
inquebrantables.
Y hubo un día
en que partió hacia tierras lejanas,
países de libros y pizarras,
a perseguir sueños de futuro.
Y yo, árbol paciente,
la seguí esperando,
con raíces abiertas
y ramas llenas de historias.
Una tormenta arrasó el pueblo.
Volaron techos como aves sin rumbo,
los árboles cayeron de espanto,
el río se tragó los caminos.
Pero yo resistí.
No me rendí.
Me aferré a la tierra con toda mi alma de madera,
crují, me doblé,
perdí hojas, ramas,
pero no caí.
Porque aún la esperaba…
bajo un cielo desgarrado,
como centinela que ama más allá del tiempo.
Esperaba su risa, su voz olvidada,
esperaba sus pasos
entre el barro y el viento.
Y al fin, un día…
regresó.
Mujer bella,
educada,
con paso firme y mirada de cielo.
La vi acercarse,
y por un instante, creí soñar…
pero su vestido era blanco,
sus manos traían flores, no juegos,
y en su rostro había un amor nuevo…
que no era yo.
Vestida de novia,
irradiaba luz, nostalgia y destino.
Yo, viejo y quebrado por dentro,
solo pude estremecer mis ramas,
como un suspiro entre hojas.
Ella se detuvo un instante…
tocó mi tronco con ternura,
como quien saluda a un viejo amigo,
como quien agradece
el hogar de su infancia.
Y comprendí:
su amor no era olvido,
sino raíz.
Y aun así… lloré.
Se casó bajo mis ramas,
dijo promesas junto a mi corteza gastada,
la misma que la vio nacer,
que sostuvo su risa y su llanto.
Los invitados reían,
la música danzaba,
pero yo enmudecía.
Mi sombra los cubría,
en un abrazo que bendecía… y se despedía.
Y yo, entristecido,
sentí en mis raíces la última lágrima.
Cuando la próxima tormenta rugió en el horizonte,
no luché.
No resistí como antes.
Me dejé caer…
lento, noble, silencioso.
No por cansancio,
sino por amor.
Un amor que floreció en secreto,
y morí…
como mueren los árboles verdaderos:
de pie…
hasta que el corazón ya no los sostiene.
—L.T.
11-12-2025
-
Autor:
LOURDES TARRATS (
Online) - Publicado: 12 de noviembre de 2025 a las 22:28
- Comentario del autor sobre el poema: Amigos: “El árbol y el amor” es una meditación sobre la permanencia de los afectos.\r\nHabla del amor silencioso, aquel que observa sin poseer, que espera sin exigir.\r\nEs la voz del árbol que, aun en su quietud, encarna la fidelidad del alma.\r\n\r\n
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1

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