Amo mi soledad,
pero odio cómo me hace sentir.
Amo su existencia,
pero no todo lo que conlleva.
Hubo un momento
en que dejé de amarla,
y comprendí
que nunca me gustó del todo.
Solo era lo único que tenía.
Entonces apareció ella:
la mujer de ojos bonitos
y manos preciosas.
Me hizo olvidar la soledad
llenándome de su compañía.
A veces miraba hacia atrás,
recordando los días
en que la soledad era mi única sombra,
y me preguntaba:
¿qué era lo que realmente me gustaba de ella?
Cuando la soledad
dejó de ser parte de mi vida
y se volvió solo un recuerdo,
ella —la de los ojos hermosos
y las manos preciosas— se fue.
Inesperadamente,
innecesariamente.
Dejó todo lo que construimos
de un día para otro.
Y me dolió.
Me senté en mi cama,
pensé,
pensé,
y pensé:
¿por qué?
¿Por qué actué así?
Mis pensamientos me consumían.
“Estoy solo” —dije—
y sin darme cuenta,
apareció de nuevo.
La soledad.
Como si nunca se hubiera ido.
Y es que, en realidad,
nunca me dejó.
Solo me esperó.
Esperó a que volviera a ella.
Entonces comprendí
por qué la amaba tanto:
me daba el espacio que necesitaba,
me ayudaba a entenderme,
a amarme,
a escucharme.
Pasaba más tiempo conmigo
que cualquier persona en mi vida.
Y cuando tenía un problema,
me escuchaba,
y con solo su silencio,
me ayudaba.
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Autor:
《marcos portillo》 (
Online) - Publicado: 11 de noviembre de 2025 a las 22:45
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 3

Online)
Comentarios1
Una reflexión profunda y muy bien lograda. La soledad, vista desde este ángulo, se convierte en una fuente de sabiduría interior. saludos.
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