Cuentan que una noche,
cuando el cielo pesaba más que el alma,
una mujer caminó hasta la orilla del mar con una piedra en la mano.
No era una piedra cualquiera:
pesaba como los silencios que nunca dijo
y dolía como las culpas que aprendió demasiado tarde.
La lanzó sin fuerza, casi con ternura,
como quien despide algo que alguna vez amó.
Y el mar, tan inmenso, no la juzgó.
Solo la abrazó en un murmullo de espuma,
como si también entendiera que el perdón
no se pide: se suelta.
Esa noche no hubo milagros,
solo el sonido de las olas limpiando su conciencia.
No suplicó con palabras de iglesia,
sino con una frase temblorosa:
—Ayúdame, Cristo, a ser mejor—
y el viento, travieso, pareció repetirle:
—Ya lo eres—.
Desde entonces, cada amanecer le huele a comienzo.
A veces aún le duele el recuerdo,
pero ha aprendido a no quedarse ahí.
Prepara café, abre la ventana,
y deja entrar la brisa con la fe sencilla
de quien sabe que el amor no se pierde,
solo se transforma en luz.
Porque hay piedras que no se arrojan para olvidar,
sino para aprender a
vivir más liviana.
𝓜𝓪𝓿𝔂♥️
10-11-25
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Autor:
𝑀𝒶𝓋𝓎❤️ (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 10 de noviembre de 2025 a las 23:11
- Comentario del autor sobre el poema: Soltar no siempre duele; a veces sana. Perdonarse es entender que Dios ya lo hizo primero, y que cada piedra que dejas ir te devuelve un pedazo de alma en calma.
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez

Offline)
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