Yo no sé cómo empezó.
Solo sé que cuando la conocí, algo en mí despertó.
Ella no me dejó tranquila —jamás lo hizo—.
Me exigía crecer, mirarme, cambiar lo que dolía y no quería ver.
Era fuego y calma, empuje y ternura.
Una mujer que no pedía amor, lo enseñaba.
Quería que yo fuera mejor, no por ella, sino por mí.
Y aun así, me quedé inmóvil, creyendo que su amor era eterno,
que seguiría ahí incluso cuando yo no daba nada nuevo.
Pero el amor, cuando es real, también se cansa.
Insistió tanto.
Tanto, que me dolía ver la fe que aún tenía en mí.
Hasta que un día simplemente dejó de hacerlo.
No hubo gritos, ni finales dramáticos.
Solo un silencio limpio, un adiós que sonó a rendición.
Se fue con toda la dulzura que me enseñó,
con todo el amor que le di tarde.
Y yo me quedé mirándome, entendiendo —al fin—
que ella no se marchó por falta de amor,
sino porque el suyo ya no podía florecer
en el mismo suelo donde yo no cambié.
Hoy la entiendo.
No vino a quedarse: vino a despertarme.
Y aunque ya no esté,
cada cosa buena que ahora soy
lleva un poco de ella.
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Autor:
Luna (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 10 de noviembre de 2025 a las 22:34
- Comentario del autor sobre el poema: Este texto nace desde la vivencia de ser la mujer que se quedó, la que insistió hasta desgastarse intentando que algo floreciera donde no había cambio. Es una reflexión sobre el amor que enseña, que confronta y también se agota; sobre esa fuerza que empuja a otra persona a crecer, pero que termina marchándose cuando entiende que no puede hacerlo por los dos. Habla del desprendimiento, de aceptar que a veces amar no es quedarse, sino despertar en el otro la posibilidad de transformarse —aunque nunca lo haga. Es mi manera de cerrar un ciclo, de reconocer que fui raíz, impulso y despedida.
- Categoría: Amor
- Lecturas: 2

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