Él, cristal de pecho,
no devuelve rostros, sino ecos;
una tristeza, candelabro,
gotea cera donde no hay labio.
Y en su risa, peces fugaces,
aletean los instantes voraces,
musa, dueña de un tiempo líquido,
donde un parpadeo es periodo álgido.
Diez años en un café sin fondo,
un mes de octubre, un segundo redondo,
Ha visto su final, volvió al encuentro,
donde el absurdo era el único centro.
En el mercado de nueces de vidrio,
se forjó un vínculo sin fastidio,
él, de la oreja, una llave sin cerradura;
ella, el reloj que anula la premura.
Un martes, de él, nace un paraguas,
lleno de estrellas que fueron sagradas,
musa en ese instante, en una década,
viaja a la infancia nunca alcanzada.
La luz prestada, espejo y tiempo,
coinciden en un solo contratiempo,
luego los dados de marfil que ruedan,
tres caras blancas que solo ceden
Una palabra sin voz ni aliento:
"Siempre", la duración del desierto.
y en el muelle, el cielo de terciopelo,
èl en éxtasis, sin recelo.
Ramas de cerezo en los dedos frágiles,
pájaros de azúcar, tan volátiles.
Musa detuvo su danza de prisa,
en el instante que la lágrima avisa.
El puente onírico, espejo y péndulo,
la amistad, un mueble cálido y crédulo.
Cuando el azúcar cayó a la mar,
la sonrisa supo cómo amar:
una constancia dulce, por fin presente,
entre lo imposible y lo coherente.

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.