Arañas, garras, cosas pegajosas y ojos gigantes, acechan detrás de pesadillas enormes que
no duermen ni descansan. Que solo les basta con un poco de penumbra a la hora de la siesta para
que se hagan presentes; y que esperan paciente cada noche para aparecer una a una.
Mis rezos a veces no alcanzan para conciliar el sueño y hay noches que los ojos no
descansan ni se cierran hasta la llegada del alba; los miedos de un niño son tan reales como los de
adulto, quizás peores.
Y tan lejanos parecen…
Si viera mi niño como hoy abrazo la oscuridad como un aliado, como hoy la luz es la que
molesta, y los ruidos en la noche no son más que simples estorbos que perturban mi descanso.
Los miedos toman otras formas extrañas, se pasan a cuenta corriente o por tarjeta de
crédito, y las pesadillas vienen en frascos de expectativas que nunca se alcanzan.
Los monstruos reales son personas que nos quitan la energía, o ladrones del humor
veloces que en unos instantes son capaces de arruinar un día prometedor.
El padre nuestro lo rezamos para escudarnos de malas noticias más que para absolver
nuestros pecados, pues que Dios poco benigno debería castigarnos más de lo que la vida real nos
azota.
La vida sin embargo me es una sencilla costumbre, solo hay que evitar algunos escenarios
y rincones oscuros, el alba ya no trae alivio, sino trabajo, el despertador tiene colmillos gigantes.
El tráfico matutino es la verdadera pesadilla que te sigue aunque ya te hayas levantado. Y
el miedo a olvidar tareas importantes o una puerta sin llave al salir de tu casa te persigue con
susurros fantasmales en tu oído a lo largo del día.
Sin embargo, hay miedos más aterradores que estos, uno en particular, que reina un
castillo lejos de lo cotidiano; que se parece a los miedos infantiles y que destaca porque no es real.
O no lo es al principio, hasta que surge, entonces ya es demasiado tarde, un miedo que un
día no existía y al otro sí, que aparece vestido bonito con un dulce aroma, y una sonrisa peculiar.
Un miedo que hace que el tráfico ya no aturda ni que al despertador le salgan colmillos, un miedo
encubierto, que preparaba el café o el mate en las mañanas, que llenaba los espacios, que de
tanto en tanto te desnudaba el alma para acariciarla como una pluma a una mejilla. Y como les
dije, el miedo no existe, hasta que un día despertás, y por más que el despertador siga sin tener
colmillos, y el olor de su pelo sigue ocasionando la peor de las euforias. Inspirás por primera vez
el único miedo real de la vida.
Mira si mi niño me hubiera visto, no me lo hubiera creído nunca, incluso se hubiera reído
y burlado de mí, porque de grande hubiera preferido enfrentarme a una habitación oscura
purgada con los monstruos de mi infancia, con el hambre de todos mis miedos juntos, con espadas
diabólicas, y truenos, y barro, y sangre, a tener que enfrentar a una sola cenicienta que no supo
quererme por un rato más de tiempo, y tener que decirle, aún en contra de mi voluntad, que ya
era hora de irnos.
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Autor:
Vancouver (
Offline) - Publicado: 10 de noviembre de 2025 a las 11:39
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 1

Offline)
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