Los monstruos eran otros.

Vancouver

Arañas, garras, cosas pegajosas y ojos gigantes, acechan detrás de pesadillas enormes que 
no duermen ni descansan. Que solo les basta con un poco de penumbra a la hora de la siesta para 
que se hagan presentes; y que esperan paciente cada noche para aparecer una a una.  
Mis rezos a veces no alcanzan para conciliar el sueño y hay noches que los ojos no 
descansan ni se cierran hasta la llegada del alba; los miedos de un niño son tan reales como los de 
adulto, quizás peores.  

 

Y tan lejanos parecen…  

 


Si viera mi niño como hoy abrazo la oscuridad como un aliado, como hoy la luz es la que 
molesta, y los ruidos en la noche no son más que simples estorbos que perturban mi descanso.  
Los miedos toman otras formas extrañas, se pasan a cuenta corriente o por tarjeta de 
crédito, y las pesadillas vienen en frascos de expectativas que nunca se alcanzan.  

 

Los monstruos reales son personas que nos quitan la energía, o ladrones del humor 
veloces que en unos instantes son capaces de arruinar un día prometedor.  
El padre nuestro lo rezamos para escudarnos de malas noticias más que para absolver 
nuestros pecados, pues que Dios poco benigno debería castigarnos más de lo que la vida real nos 
azota.  

 


La vida sin embargo me es una sencilla costumbre, solo hay que evitar algunos escenarios 
y rincones oscuros, el alba ya no trae alivio, sino trabajo, el despertador tiene colmillos gigantes.  
El tráfico matutino es la verdadera pesadilla que te sigue aunque ya te hayas levantado. Y 
el miedo a olvidar tareas importantes o una puerta sin llave al salir de tu casa te persigue con 
susurros fantasmales en tu oído a lo largo del día.  

 


Sin embargo, hay miedos más aterradores que estos, uno en particular, que reina un 
castillo lejos de lo cotidiano; que se parece a los miedos infantiles y que destaca porque no es real.  
O no lo es al principio, hasta que surge, entonces ya es demasiado tarde, un miedo que un 
día no existía y al otro sí, que aparece vestido bonito con un dulce aroma, y una sonrisa peculiar. 
Un miedo que hace que el tráfico ya no aturda ni que al despertador le salgan colmillos, un miedo 
encubierto, que preparaba el café o el mate en las mañanas, que llenaba los espacios, que de 
tanto en tanto te desnudaba el alma para acariciarla como una pluma a una mejilla. Y como les 
dije, el miedo no existe, hasta que un día despertás, y por más que el despertador siga sin tener 
colmillos, y el olor de su pelo sigue ocasionando la peor de las euforias. Inspirás por primera vez 
el único miedo real de la vida.  

 


Mira si mi niño me hubiera visto, no me lo hubiera creído nunca, incluso se hubiera reído 
y burlado de mí, porque de grande hubiera preferido enfrentarme a una habitación oscura 
purgada con los monstruos de mi infancia, con el hambre de todos mis miedos juntos, con espadas 
diabólicas, y truenos, y barro, y sangre, a tener que enfrentar a una sola cenicienta que no supo 
quererme por un rato más de tiempo, y tener que decirle, aún en contra de mi voluntad, que ya 
era hora de irnos.

  • Autor: Vancouver (Offline Offline)
  • Publicado: 10 de noviembre de 2025 a las 11:39
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 1
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