Aún vives, madre, y tiembla mi suerte,
porque en tus ojos presiento la muerte;
aunque respires, la sombra avanza,
y en cada aurora se acorta mi esperanza.
Tu voz me nombra, tan pura, tan vieja,
y el alma entera en silencio se queja;
no hay sol que alumbre cuando imagino
que ha de callarse tu dulce destino.
¡Qué cruel certeza me hiere y me parte!
No hay fe que calme, no hay dios que aparte
el frío abismo que ya presiento,
ni el miedo atroz que me quema por dentro.
Te miro y lloro sin que lo notes,
con mil heridas bajo los brotes;
y aunque sonrías, tu luz me advierte
que todo amor es deuda con la muerte.
Cuántas palabras guardé cobarde,
cuántos abrazos, madre, ¡tan tarde!
Viví confiando en tu eternidad,
y ahora me ahoga la realidad.
Si tú supieras lo que me mata,
pensar tus manos frías, de plata;
pensar tu risa dormida y muda,
mi voz buscándote… y tú ya desnuda.
Te debo todo: el aire, la calma,
la fe, la infancia, la vida y el alma;
y me consume, lenta, implacable,
saber que el tiempo no es perdonable.
Aún vives, madre, y ya te lloro,
porque en tu sombra mi ser imploro;
y cuando llegue tu noche helada,
morirá en mí mi última mirada.
-
Autor:
El Corbán (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 8 de noviembre de 2025 a las 22:02
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.