LÁGRIMAS ATADAS DE UNA POETA

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Las lágrimas de una poeta que se ve al espejo y no se quiere, son gotas escritas en el suelo como un libro interminable.
Autora desde el comienzo de las estrellas, siendo su origen las letras, leídas por turistas del cosmos. Su dolor es tan expansivo como tierno, pero ella no puede ver lo lindo de llorar, como una diosa que aún no sabe que es diosa.
Ha creado historias de fe para los sobrevivientes del suplicio, pero ella se acostumbró a invalidar sus propias narraciones.
Ha regalado a los analfabetos emocionales la receta del amor y el placer, a pesar de que ella todavía no la adhiere. Ella da lo que no quiere darse a sí misma, porque cree que no lo vale, aunque se muera de ganas de disfrutarlo.
Hay poetas que, por más maravillosas y estelares que sean, también pueden ser absurdas, como lo soy yo.
Los poemas humanizados están repletos de deseos insaciables, al menos los que nacen de mí, transformando a mis encías como la cuna de mis palabras, siendo, sin intención, trovadora de mi época.
Las gotas que no marchan son las que alimentan los gestos tristes de una cara bonita; es un hecho que cualquiera puede notar. Pero para arrancar las lágrimas atadas se necesita una fuerza exorbitante, una fuerza que pocas cosas tienen en la vida.

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