Tengo noventa años.
Por alguna razón, desperté en mi cuerpo de veintinueve.
Solo por un día.
—Papi, despierta.
Él grita.
Yo parpadeo.
Me siento lentamente.
Mi hijo es pequeño otra vez.
Respiro hondo.
Lloro.
Se sube a la cama, riendo, moviéndose, saltando.
Yo solía mirarlo en las mañanas,
conversábamos sin prisa,
todo era tan sencillo.
Pero hoy fue distinto.
Me vi en el espejo del baño.
No hay arrugas profundas.
No hay canas.
Mi rostro es joven.
Antes pensaba que a los treinta y tantos ya era viejo,
que era tosco.
Qué pensamientos tan tontos.
Me quedé mirándome y pensé:
soy tan hermoso.
Me encontré en la cocina,
preparando un café para mí
y un té para mi hijo.
Me veo fuerte.
Él, tan pequeño, tan tierno, tan vivo.
Lo abrazo con fuerza.
Él se sorprende.
Nos subimos al auto.
Discutimos por el cinturón,
por la canción que sonará en la radio.
Bruno derrama jugo,
hay migas, manchas,
restos de vida en cada asiento.
—Papi, ¿dónde dejo la basura?
Y aunque suelo enojarme, frustrarme,
hoy no.
Extraño el desorden, los gritos,
el que me necesite.
Voy a extrañar nuestro caos,
esas onces ruidosas,
el ruido, las risas, los “papi” entre medio del pan con queso.
En eso hay tanta vida.
Antes de dormir,
tomé el teléfono.
Marqué el número de mi madre.
Escuché su voz.
La voz de mamá.
Siempre igual.
Mamá.
Mamá.
Mamá.
No la había escuchado en tantos años.
Le dije que la amaba, una y otra vez.
—Te amo.
—Te amo, mamá.
No quería colgar.
No quería que se acabara nunca nuestra conversación.
A la hora de dormir,
no me salto las páginas del libro.
Por lo menos no hoy.
No esta noche.
Quiero disfrutar al máximo el tiempo.
Dormir cansado,
sin pastillas,
sin miedo a mañana.
No quiero que termine este día.
Hoy no.
Tuve un día más.
Pero esta vez supe lo que quería.
Tomé las riendas de mi vida.
Esto era la alegría.
Esto era el amor.
La felicidad plena.
Tus pequeñas manos.
Tus “papi”.
Tus ojos mirándome.
Tu olor.
Las cenas desordenadas.
Las tardes de improvisación y risas.
Los juegos con autos a escala.
Las salidas interminables al parque.
Nuestros cuerpos sin dolores.
Nuestros padres aún vivos.
Todo eso importaba.
Más de lo que alguna vez entendimos.
La vida está hecha de cosas simples:
un café,
una conversación,
un hijo que ríe,
un amigo que escucha.
Valoren los pequeños detalles,
esos que pasan solo una vez:
la risa interminable,
la pared rayada,
el Bruno que hoy no tuvo un buen día,
el Bruno que hoy fue el más feliz del jardín.
Las manitos que aún me buscan.
Mi hombro que todavía puede sostener el mundo.
Los días son tan largos,
los años tan cortos.
Qué rápido se fue eso que llaman tiempo.
Te amo, mamá.
Te amo, hijo.
Gracias por hacerme el hombre que soy hoy.
-
Autor:
Kenneth (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 8 de noviembre de 2025 a las 00:12
- Comentario del autor sobre el poema: Uff, las palabras no alcanzan, las letras no son suficiente. Este poema es una carta al futuro, un manifiesto de amor familiar.
- Categoría: familia
- Lecturas: 1

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.