El muro

"En el silencioso muro, cubierto de musgo y secretos, las piedras desgastadas por el tiempo le susurran historias olvidadas. A su lado se alzan las gradas por donde, dicen, caminó Homero, testigos mudos de cantos y ceguera. Sobre el muro, bajo un dintel de piedra con inscripción labrada en griego antiguo de un antiguo profeta semita crucificado, flores de diente de león amarillas brotan entre las grietas.

'Recuerda', murmura una, 'recuerda quién eras'. 'Olvídate', susurra otra, 'olvida la roca que cargas todas las noches, esa roca destinada a esculpir tu propia imagen en la ciudad de los inmortales'.

El musgo se aferra a sus dedos, como si tratara de retenerle en este momento. Ve su rostro con sonrisa irónica mientras mira el sol. Se da cuenta que no cambiará el universo ni su destino. Recuerda su soledad como enemiga y consejera.

El sol se inclinaba sobre la línea del horizonte, tiñiendo el dintel de un rojo oxidado. Dejó caer el puñado de musgo, que volvió al regazo de la piedra con un suspiro imperceptible. No hubo decisión, no hubo juramento. La roca, su gran vanidad y su eterna tarea, seguiría allí mañana, esperando. La soledad, su consejera, había ganado al silencio. Le susurró la única verdad que conocía: que el mármol más duradero de la inmortalidad no es una estatua, sino el hueco que uno deja al fin en la cantera."