El Musgo Lunar y el Topo Olvidado
Titania, gracias a su buen corazón y empatía con todos, empezaba a ser considerada una figura respetada a pesar de su averiada varita y sus esporádicos tropiezos con los árboles y algún que otro animalito desprevenido. Y ya sentía una profunda responsabilidad por el Bosque Nevado, cuidando de él y de todos sus habitantes.
Su nuevo desafío surgió de una criatura humilde: un revoltoso tejón llamado Rokadio, un infatigable excavador, conocido por la vasta red de túneles que había construido a lo largo de su vida. Su bigote gris se agitaba con cada resoplido de frustración al toparse con los obstáculos cotidianos de su labor. Además, su acceso a las raíces lo convertía en el archivista extraoficial del Bosque, conocedor de sus antiquísimos y valiosos secretos.
En una de sus incursiones, desenterró un viejo pergamino, un poco deteriorado por el paso del tiempo, que revelaba las virtudes del "Musgo Lunar": un liquen legendario capaz de curar cualquier dolencia, cuya floración solo ocurría al entonar las antiguas y casi olvidadas canciones del Bosque.
En ese mismo subsuelo vivía Okano, un topo veterano, de visión limitada. Como es sabido, los topos dependen del tacto y el olfato para su vida bajo tierra. Okano, sin embargo, poseía una sabiduría especial: conocía los arcanos salmos para revivir el crucial poder del musgo. No obstante, molesto por el desorden de las raíces y las constantes excavaciones de Rokadio que alteraban su camino, el topo había roído el sistema radicular del Gran Alerce y se había refugiado en uno de sus túneles más profundos, cerrándose a cualquier comunicación con la superficie.
Rokadio, consciente del grave daño que tanto él mismo como el enfado de Okano habían causado, intentó razonar con el topo para reparar juntos el desastre. Aquel intento fue un fracaso rotundo, por lo cual el tejón decidió pedir auxilio a Titania.
—Buenos días, Rokadio. Te noto preocupado—, saludó el hada.
—Así es, Titania. Okano ha mordisqueado las raíces del Gran Alerce, causándole un gran malestar y deterioro físico. Intenté hablar con ese viejo topo, pero fue inútil; está en silencio y no responde a nada. He venido a pedirte consejo—, explicó Rokadio, alarmado.
—¡Uuyy!. Okano es un animalito terco. Va a ser difícil convencerlo, pero vamos a ver qué podemos hacer—, respondió Titania pensativa.
El hada sugirió al tejón cavar un túnel que conectara directamente con el refugio para hablarle y persuadirlo con sabrosos bulbos mágicos. La idea fue infructuosa. Okano permanecía mudo, comunicándose solo con un exasperado golpe en la tierra que declaraba su disconformidad con el laberinto de túneles y el enmarañamiento de las raíces que le impedían moverse libremente bajo la superficie.
—Nuestro amigo topo no necesita manjares, Rokadio. Necesita sentirse apreciado. Lo primero, sin embargo, es sanar al Gran Alerce. Su dolencia solo puede ser curada por el Musgo Lunar—, dedujo Titania.
Bajo el brillo de la Luna llena, comenzaron a recolectar el Musgo apagado y reservaron una cantidad suficiente para cuando Okano estuviera dispuesto a colaborar y lo reavivara.
—Ahora, con mi varita, crearé una pequeña lluvia de colores y la deslizaré hacia la cueva de Okano, para infundirle confianza y propiciar que nos escuche—, informó el hada.
Titania empezó a crear pequeñas estrellas de rocío que se filtraron suavemente por el refugio de Okano. Eran simples gotas de agua que se descomponían en brillantes caleidoscopios sobre las paredes de su aislado agujero, como si un luminoso cielo subterráneo se hubiera creado solo para animar al entristecido topo.
Asombrado por el maravilloso espectáculo de luces y la relajante sintonía de bienestar, Okano se sintió acogido al verse así agasajado. Y por fin, agradecido y contento, se mostró proclive a entonar sus bien guardados salmos mágicos para reactivar los beneficios del Musgo Lunar que habían traído sus convecinos. Al compás de los sonidos musicales, el musgo comenzó a emitir una luz verde fosforescente que irradiaba vigor y sosiego.
Titania, sin demora, cogió el brillante musgo y lo llevó hasta el Gran Alerce para cicatrizar sus raíces heridas, quien notó al instante una rápida mejoría, aumentando la proliferación de sus verdes y luminosas hojas.
La comprensión y el respeto de sus compañeros ayudaron a Okano a recuperar su autoestima.
El topo, por su parte, aprendió a ser humilde y a aceptar que la colaboración es esencial para una buena convivencia.
… Y los bardos, todavía afónicos, no pudieron celebrar con sus desafinados trinos este feliz episodio; y todo el bosque se sintió aliviado y en paz.
*Autores: Nelaery & Salva Carrion
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Autor:
Salva Carrion (
Offline) - Publicado: 5 de noviembre de 2025 a las 09:50
- Comentario del autor sobre el poema: Autores: Nelaery & Salva Carrion
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: Salva Carrion, Gustavo Affranchino

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