Tornado

Tornado

En el horizonte se encorva el cielo,
una sombra que respira,
un pulso de nube y trueno
que despierta la memoria del viento.

El aire se espesa,
huele a tierra, a metal, a presagio.
Los animales callan,
la gente mira al norte
y siente en la piel
una electricidad antigua.

Entonces llega:
una danza sin música,
una torre de polvo y furia,
la espiral que arranca el alma de la llanura.

Gira el mundo en su garganta,
troncos, techos, gritos,
todo se vuelve igual
cuando el aire decide poseerlo todo.
No hay arriba ni abajo,
solo un círculo de poder
que canta su nombre en lenguas rotas.

Los campos se deshacen,
las semillas se elevan al cielo
como si buscaran otro suelo,
otra esperanza donde nacer.

Y en el ojo del monstruo,
la calma:
un instante perfecto,
como si el universo recordara
que también sabe ser silencio.

Pero la furia vuelve,
baja de nuevo,
se dispersa en mil soplos
que dejan cicatrices invisibles.

El tornado se aleja,
ya no ruge: respira cansado.
El cielo se abre en llanto,
la lluvia lava los restos del miedo.

Y entre las ruinas,
una flor diminuta asoma su tallo,
terca, brillante, viva.
Porque incluso tras la tormenta
la tierra sabe perdonar,
y el viento, cansado,
aprende —por un tiempo— a dormir.