Tsoreto 5 - Los latigazos que no educaban

Gustavo Affranchino

5ta entrega de la saga de 25 cuentos

 

EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA EN...

Los latigazos que no educaban

 

Esta historia trata de un mal padre, que empleaba violentos métodos para enseñar a sus hijos (o más bien para ajusticiarlos a su intolerancia)...

Redroño -Deja de molestar ya Ignacio.

Ignacio iba y venía con la pelota de fútbol, esquivando las sillas del comedor, las patas de la mesa y de vez en cuando a la mamá que pasaba con la ropa seca.

“¡Splash!  ¡Splash!”

El muchacho de 5 años yacía  ahora también con la pelota protegida bajo la axila.  En el piso, separaba despacio ambos labios de las baldosas frías.  Contrastando, lo caliente de la sangre y el diente de leche partido fueron rápidamente quitados con el trapo de piso.

Odriña -¡No ensucies tanto!- amonestó a su marido mientras volvía a pasar el trapo como hacía quince minutos.

Redroño -Aha- como asintiendo.

Cuando dieron las doce y media los otros tres, dos nenas gemelas y un varón algo mayor que ellas, llegaron de la escuela.

Lucía -Tengo que volverme pronto por gimnasia.

Lucía Valeria -Yo también.

Redroño -¡Claro que tú también!  ¿Por qué no dejas de hablar que no puedo oír la televisión?  ¿No te das cuenta que todos, aunque no te conozcan, saben que eres lo mismo que tu hermana?

Lucía -¿Por qué me regañas?- probando para hacer confundir a su padre, tratando de que él pensara que la que le había hablado era Lucía Valeria.

Redroño guardaba siempre un cinturón arriba del modular y otro sobre la cómoda, para no tener que removerlo de sus presillas cuando necesitaba aleccionar a alguno.

“¡Splash!”

-¡Aah...!- la punta del cinto acababa de cortarle la mejilla a una de las niñas, interesándole hasta el párpado inferior.

Redroño –Para ti también hay.

“¡Splash!”

Redroño –Quedarán marcadas así que faltarán al colegio hoy y mañana

“¡Splash!”- el segundo cinturonazo calzó justo donde diariamente le impartía la pena por mal comportamiento y casi la hace gritar.  Pero Lucía Valeria poseía un gran amor propio y solía ser raro escucharle algún lamento cuando su papá la golpeaba.  No quería darle el gusto de sentir que sus latigazos funcionaban.

Redroño –Tráeme el jamón Ernesto.

El mayor contaba diez años y las gemelas ocho.

La madre de familia se limitaba a limpiar, barrer y suturar, desinfectar o llevar al hospital a los niños.

...

Así era cada día.

Los cuatro chicos no conocían otra realidad.  Esa era la vida según ellos sabían.

La mujer hablaba de noche con Redroño.  Estaba convencido de que así saldrían buenos para enfrentar las dificultades de la vida y de tanto discutir en silencio, también parecía convencida Odriña.

Un buen día, dos maestras de las niñas se encontraron ambas estando pensativas.  Charlando, hallaron coincidencia en sus sospechas y decidieron dar parte a la justicia de la supuesta agresión que sufrían las nenitas.

Dieron parte al “102” –el teléfono de los niños- y afortunadamente pronto tomó contacto Iemepé con el asunto.

Pasaba por detrás del escritorio donde recibían ese tipo de llamados; no contuvo la curiosidad y se quedó escuchando mientras eructaba sonoramente.

Anotó dirección y teléfono de los Bolesterio en su libreta con birome atada y, sin avisar a nadie más que a la Sargento, se hicieron presentes en el lugar de los hechos para investigar.

La sola presencia cercana de Tsoreto bastó para que lograran observar cómo Redroño castigaba al mayor de los niños, persiguiéndolo hasta el baño a cinturonazos, gritándole que no volviera a lanzar un pedo semejante en su presencia.

Tsoreto y Pérez con su máscara antigás permanecían ocultos en una parte del techo desde donde tenían buena visibilidad de las habitaciones.

Redroño apenado porque el aroma no cesaba, golpeó también a las dos niñas y más tarde al pequeño Ignacio, sujetándolo con la pierna doblada mientras seguía la sección deportiva del noticiero.

Tsoreto no resistía más.  Su presión carotídea superaba marcas mundiales.  Lo filmado y fotografiado sería suficiente para la justicia.

Saltando entonces desde el techo a la terraza y luego de ésta al patio, los policías sujetaron a los niños acorralándolos en uno de los rincones.

Silvina los contenía y ventilaba (ellos no tenían máscara antigás) y el Investigador de la Máscara de Plata se lanzó al encuentro del cobarde agresor.

Quedaron frente a frente en el dormitorio grande.  Redroño bañose el bigote con perfume de su mujer para minimizar el efecto de la suciedad.  Tsoreto quitó su cinturón.

Lo mismo hizo su oponente, harto acostumbrado a usar aquel arma.

Redroño lleno de ira abalanzó un latigazo intentando golpear al detective con la hebilla.

Tsoreto ágil como siempre, detuvo el extremo que se dirigía hacia él valiéndose del cinturón propio.  Tomando el suyo con ambas manos había apresado el cuerpo del arma enemiga.  De un tirón concentrado temporalmente hablando, arrancó el cuero que sujetaban los cinco dedos de Redroño.

Entonces, y en cuestión de décimas de segundo, Iemepé estrelló un fuerte y justiciero cinturonazo a milímetros del oído agresor, chasqueando la pared con tal intensidad que aquél cayó desmayado.

La mujer permaneció sin hacer mucho, como siempre.

Esposado con el mismo cinturón infanticida, el malhechor que se hacía llamar padre cayó en prisión, donde se pudrió –no tanto como Tsoreto que vivía putrefactamente.

La malhechora, que hacía llamarse madre, quedó en custodia de sus niños hasta que los dio en adopción a la Sargento Pérez y su esposo.

...

Los victimados eran los niños.  Las agallas de Tsoreto y el impacto tormentoso de su presencia pura –sólo espiritualmente hablando- los habían arrancado de la muerte en vida.  El cosmos de los cuatro ahora se ampliaba.  Sentían extrañados el amor perdurable.  Al principio temían que al día siguiente, a la semana siguiente, al mes siguiente sus tutores enfadaran y se acabase la paz.  Más tarde fueron acostumbrándose, aunque en algún lugar de su inconsciente permanecía aquel temor latente.

Esto ocurre hoy día en millones de hogares.  De una u otra manera.  Si tú eres víctima de algo semejante, por negable que te parezca, llama al 102 en Argentina o al número que corresponda en tu país.  Habla con tus maestros de confianza y pídeles que te den una mano.  Sal de esto que vives y saca a los que lo sufran contigo.

Si acaso tú eres como Redroño, peor o mejor que él, pero en fin como Redroño, ten cuidado, porque el Investigador de la Máscara de Plata continuará haciendo justicia.

PD: Si estás en el lugar de Odriña, no seas como ella.  Decían los antiguos Caballeros: Más vale morir con honor que vivir con vergüenza.

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